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Rey 01

        

Capitulo 1 “El País de la Rosa Blanca”
Todo era alegría ese soleado día de finales de verano, por la comarca entera había fiesta en honor a la coronación del príncipe Anthony como nuevo soberano del reino. Por doquier se podían observar los blasones de la familia real sobretodo en las murallas y las torres del castillo, la imagen ondeando al viento era la de una hermosa rosa blanca sobre un fondo azul profundo, tan azul como los ojos del futuro rey. Precisamente desde uno de los ventanales del castillo esos ojos observaban todo con un brillo melancólico, pues habían pasado solo unos cuantos meses desde la perdida de su padre en la guerra. Guerra a la cual el mismo partiría tan pronto se le nombrara rey ya que ese era su deber.
--Ah, lo que daría porque estuvieras aquí padre mío, desde la muerte de mi querida madre no sentía tal dolor en mi corazón—su vista se nublo por las lagrimas que amenazaban con salir.
--Anthony—hablo alguien llamándolo desde la puerta, interrumpiendo sus tristes pensamientos.
--Archie, primo ¿Qué pasa?— pregunto el todavía príncipe tratando de disimular su estado de animo sin conseguirlo.
--Quería saber si ya estabas listo, todos te esperan para llevar a cabo la ceremonia—le contesto al aproximarse, notando de inmediato la mirada afligida de su primo  —Oh Anthony, trata de no estar triste en un día como hoy o todos se preocuparían.
--No puedo evitarlo Archie, había imaginado este día tan distinto, tan lejano… pensaba que mi padre terminaría su reinado al abdicar al sentirse viejo y cansado en muchos, muchos años mas—dijo Anthony con los ojos húmedos pero conteniendo aun las lagrimas.
--Animo Anthony, no estas solo, nos tienes a Stear, Albert y a mi. Ahh y sobretodo a ella—agrego Archie con un guiño y dando un ligero codazo en las costillas a Anthony.
--Si tienes razón, no estoy solo. Mientras los tenga no me sentiré así—señalo respirando profundo y tratando de sonreír.
--¡Animo Su Majestad!—dijo Archie dándole una palmada en la espalda.
--Ya sabes que no me gusta que me llames así—ahora su sonrisa era evidente—Nunca me han gustado los formulismos, además tu eres parte de mi familia no tienes porque llamarme así y te recuerdo que ya hay un bufón en la corte.
--¿Quién? ¿Neal?—sonrió divertido Archie.
 -- No lo creo, el más bien es aburrido--Ambos rieron.
--¿Vamos?—le pregunto Archie pasándole la capa que complementaba el traje de gala para la coronación.
--¡Vamos!—contesto su primo ya sin rastro de tristeza en la mirada.
 Albert, hermano de la madre de Anthony y mano derecha de su padre, era el Comandante de la Compañía real. Esperaba junto con Stear mago de la corte, hermano de Archie, en el gran salón del trono donde ya habían llegado todos los miembros de la misma e invitados importantes de reinos vecinos.
--Albert, prométeme que cuidarás de Anthony en la guerra—le pidió Stear en voz baja.
--No tienes ni que decirlo, pues además de ser mi deber, yo quiero a Anthony como a un hijo, claro aunque no tenga yo la edad para ser su padre—dijo Albert sonriente para luego agregar seriamente—Stear tu deber ahora que partamos a la guerra será cuidar del reino junto con Archie durante nuestra ausencia.
--Claro que si—afirmó Stear, pues ya sabía que Anthony a nadie más le confiaría tal responsabilidad.
En ese momento hizo su entrada triunfal Anthony acompañado de Archie quien había sido nombrado recientemente Consejero del reino y seria el encargado de quedarse como Señor de la Ciudad en  cuanto Anthony se ausentaría debido a la guerra. Todos los presentes se inclinaban respetuosamente a su paso, pero a lo lejos en un rincón apartados de la gente se encontraban Eliza y Neal parientes también de Anthony, los ojos de ella destilaban odio o mejor dicho despecho pues aunque siempre había tratado de atraer la atención del próximo rey, en parte por ambición y en parte según ella por “amor”, sus planes habían fallado uno tras otro pues él le había dejado muy en claro que nunca la vería como una posibilidad para elegirla como esposa. Esto había sido un golpe duro para ella que siempre había soñado con convertirse en la  reina al lado de Anthony, pero si no era así, haría todo lo posible para lograrlo aún si tenía que quitarlo del camino. A su mente llegó el recuerdo de la última vez que había hablado con él al respecto:
--Lo siento Eliza, no puedo corresponderte. Yo amo a otra persona.
--¿Quién es ella, dime?—lo había mirado angustiada.
--Eso no importa ahora, ya la conocerás, pues cuando regrese de la guerra anunciaré el compromiso. Lo que realmente importa es que ella corresponde a mi amor y sé que esperará mi regreso.
--¡Nooo, Anthony! Por favor, reconsidéralo. Sé que tus padres hubieran sido muy felices al igual que los míos si nos casáramos pues el linaje de nuestra familia no se perdería.
--No, no lo creo así, estoy seguro que apoyarían mi decisión de casarme por amor y no por conveniencia.
--¡Anthony!- había gimoteó Eliza aproximándose a él.
--Eliza, no insistas… yo nunca di pie para que tú… yo siempre te he visto como miembro de mi familia, como mi prima.
--No es cierto, tú me quieres—Eliza había insistido mientras estrujaba a Anthony del brazo.
--Perdóname si malinterpretaste mis atenciones, realmente no era mi intención y créeme que aunque ella no estuviera, yo no podría verte de otra manera—había aparatado la mano de ella y se había dirigido a la puerta— Además también tienes derecho de encontrar alguien que te ame, adiós,  Eliza.
-- Anthony, te arrepentirás por haberme despreciado, me encargare de que no regreses de la guerra— había dicho Eliza para si en cuanto Anthony había salido de la habitación.
Sus ahora tristes recuerdos fueron interrumpidos por las exclamaciones de los presentes:
--¡Viva Anthony I! ¡Viva el Rey!—gritaban al unísono.
La ceremonia había concluido y ahora el nuevo soberano salía al balcón para saludar a todos sus súbditos, luciendo una corona de oro puro con incrustaciones de piedras preciosas, principalmente en tonalidades azules que combinaban con su atuendo y sobretodo con sus ojos, pero ni esas joyas podían competir con el maravilloso brillo de su hermosa mirada.
Afuera sonaban las trompetas y la multitud seguía vitoreando a su deslumbrante monarca.
Varios días de  fiesta pasaron, entre grandes banquetes y música pero el día de partir se aproximaba rápidamente.
Durante los días siguientes a la coronación el ejército se preparaba con todo lo necesario para partir, ya todos los caballeros se habían presentado en el castillo de su nuevo rey jurándole lealtad hasta la muerte.

Esa tarde Anthony por primera vez ordenaría nuevos caballeros, que se habían ganado ese derecho en batallas anteriores y que seguirían peleando  bajo la insignia de la casa real de la Rosa Blanca. Entre ellos estaba Thomas que había sido escudero del padre de Anthony y otro chico llamado John hasta ese día escudero de Albert.
Ya se encontraban todos en la sala del trono, el rey Anthony se veía imponente, ricamente vestido como la ocasión lo ameritaba; portaba una larga capa y la corona que no había mucho tiempo había sido de su padre brillaba intensamente. Le presentaron su espada, la tomó para luego ponerse de pie y avanzar a donde se encontraba, con una rodilla al piso, el primer joven que seria armado caballero.
--Juras ser valiente, cortes, siempre proteger a los indefensos y ser leal a este reino hasta la muerte—le dijo levantando ligeramente la espada.
--Lo juro—contestó el joven emocionado e inclinando la cabeza.
Anthony le toco los hombros con la espada y dijo:
--Levántese Sir James—
El  caballero se levantó y se le entregaron sus nuevas armas: espada,  armadura y  espuelas.
Pronto tocaría el turno a Thomas y John que era el más nervioso. Primero paso Thomas y todo salió bien.
--Levántese Sir Thomas--
Llegó el turno de John que de tan nervioso que estaba al levantarse  choco con el caballero que le trajo las armas e hizo un tiradero, el chico se sonrojo intensamente, en ese momento deseo que la tierra se abriera y se lo tragara. Thomas y otro caballero le ayudaron a recoger todo.
--No te preocupes, se que serás un gran caballero—le dijo Anthony al momento que el mismo le entrego la espada que había tirado.
--Gracias, Su Majestad. No lo defraudaré—John sonrió y continuó—y estoy seguro que usted será el mejor monarca que hayamos tenido. Hizo una reverencia para luego tomar la espada y retirarse.
Al concluir la ceremonia de ordenación de los nuevos caballeros hubo un gran banquete para festejar el acontecimiento.
Unos días más tarde, una hermosa doncella se encontraba arrodillada mirándose en las aguas tranquilas del lago cerca de su casa, en las afueras del reino, acicalaba su rubio cabello en ese espejo perfecto que parecía una extensión del cielo de tonos naranjas del atardecer. De pronto se escucharon unas pisadas y alguien se arrodillo detrás de ella, rodeándola en un abrazo, no sintió temor ni sorpresa pues en el agua pudo ver claramente el reflejo del rostro de su amado junto al suyo. Se trataba de un joven vestido de manera sencilla al parecer tratando de ocultar su origen noble, sin conseguirlo pues su porte lo delataba. Era alto, rubio, de profundos ojos azules y blanca sonrisa. Ella se quedó un momento disfrutando del contacto para luego deshacer el abrazo al voltear para verlo directamente a los ojos, su mirada esmeralda quedo atrapada en el intenso cielo azul de las pupilas de él.
--Te esperaba amado mío—exclamó llena de emoción tomando sus manos entre las suyas.
--Lo se, espero no haber tardado mucho—comentó él con una amplia sonrisa, estando aun arrodillados frente a frente.
--No te preocupes acabo de llegar, te he extrañado tanto en estos días que no nos vimos—la joven no pudo apartar sus ojos del rostro de él.
--Y yo a ti, no sabes cuanto he anhelado este momento… Luces tan hermosa hoy— él pasó los dedos por entre los dorados rizos de la cabellera perfumada de su dama.
--Tú…tú también—contestó ella sonrojada y luego llevo una de sus blancas manos hasta el rostro de él.
Se fueron aproximando lentamente hasta sellar sus labios en un beso lleno de amor. Al terminar la dulce caricia, ella se quedo un instante con los ojos cerrados aun bajo los efectos de tan bella sensación.
--Te amo- le dijo él con voz suave.
--Yo te adoro—contestó ella abriendo los ojos para ver nuevamente los de su amado, en ese momento se percato de que el brillo de su mirada había sido opacado por una sombra de tristeza.
--Candy, necesito decirte algo—su voz se notaba algo apesadumbrada al igual que su mirada.
--¿Qué pasa Anthony?—le preguntó ella angustiada—No me digas que… de seguro es que ya no podremos casarnos— la  voz de ella sonó triste y se alejo de el dando unos pasos atrás—lo sabia, tu ahora eres el rey y yo no soy nadie. Soy solo una campesina que no te merece.
--No, no digas eso. Ya te he dicho que nada hará que yo renuncie a ti, pues no hay nada que yo desee más que hacerte mi esposa.
--¿Entonces, dime que es lo que te agobia?— dijo un poco mas tranquila pero aun con temor a lo que el diría.
--Es la guerra, como todos saben es mi deber ir allá a combatir, mi padre hizo lo posible para que evitar que fuera, aunque con gusto lo hubiera acompañado, pero ahora… Ahora no quiero separarme de ti, pero lo tengo que hacer. Muy pronto partiré al combate.
--¡No Anthony, no te vayas!—se aproximó y lo abrazó— ¡No quiero perderte, no quiero!—le dijo sintiendo como si una espada de hielo le desgarrara el alma.
--No me perderás Candy, yo volveré te lo prometo—la estrecho fuertemente contra su pecho mientras las lagrimas de ambos comenzaron a fluir—Prométeme que me esperaras.
--Te esperare toda la vida Anthony, te amo y siempre lo haré— volteó   a verlo y sus labios se buscaron nuevamente. Se fundieron en un beso con el sabor salado de las lágrimas que aun corrían por sus mejillas, ambos deseaban que ese instante fuera eterno para nunca mas separarse, pero desgraciadamente  había llegado el momento de la despedida.
--Anthony quiero darte algo—dijo Candy quitándose un crucifijo que traía en el cuello—era de mi madre y se que te protegerá y te regresara con bien a mi lado.
--Gracias amada mía, lo traeré siempre—dijo poniéndoselo.
Se fueron del lugar al caer la tarde y en sus ojos se reflejaron los últimos rayos del sol al momento de ocultarse tras el horizonte. Anthony la dejo en la puerta de su casa y mientras se alejaba en su caballo volteaba constantemente para mirarla una vez más, para grabarla en su memoria, ella hacia lo mismo al quedarse mirándolo hasta que desapareció de su vista.
El día de partir había llegado, negros nubarrones se cernían sobre el valle como cruel presagio de lo que vendría. El viento soplaba deshojando los árboles y las flores, sobretodo las numerosas rosas del jardín real que parecían de esta forma estarse despidiendo de aquel que las cuidara siempre. Anthony les dirigió un último vistazo antes de ir a despedirse de sus primos.
El ejército estaba en espera de  las órdenes para iniciar la marcha, ya habían llegado todos los caballeros, sus escuderos, los arqueros y demás guerreros con que contaba el reino.
Los caballeros portaban sus insignias de familia en las armaduras pero todos combatirían bajo  el blasón de la Rosa Blanca que no dejaba de ondear al viento.
La comitiva que despediría al rey y su ejército estaba conformada por Stear, Archie y algunos miembros importantes de la corte que ya se encontraban en el patio del castillo cuando Anthony llego. Llevaba una capa azul profundo, una fina cota de malla, sobre la cota una sobreveste en azul marino con la insignia de la rosa bordada en plata a la altura del pecho. La armadura lucia resplandeciente al igual que su portador.
--Anthony por favor, ten mucho cuidado. No olvides que todos aquí te queremos y necesitamos. Ya sabes que yo no soy bueno para esto de gobernar—dijo Archie haciendo una mueca que pretendía fuera una sonrisa pero no tenia ánimos.
--Regresa lo mas pronto posible, sino esto será un desastre—dijo Stear medio en broma, para evitar que todos se pusieran tristes, pero tenía malos presentimientos por lo cual estuvo apunto de pedir a Anthony que no se fuera, al menos no tan pronto.
--Queridos primos, ustedes cuídense mucho y no peleen ¿eh?
Todos rieron rompiéndose la tensión del momento, de pronto Anthony pareció recordar algo o más bien a alguien.
--Archie, Stear por favor cuídenla a ella también—les pidió en voz baja cuando se acerco mas a ellos.
--Claro que si, no temas. Todo estará bien a tu regreso, igual que hoy. Ya veras, vete tranquilo y regresa con bien—lo tranquilizó Archie.
--Cuídense mucho Albert— le gritó Stear a Albert que ya se encontraba sobre su corcel, listo para partir.
--Si, lo haremos—le respondió Albert despidiéndose con la mano.
Anthony abrazó a sus primos a los que quería como hermanos y subió a su blanco corcel, su escudero le pasó la espada, el escudo y el yelmo; el cual sostuvo en su mano izquierda pero no se puso pues quería sentir la brisa en su rostro. Levantó su mano derecha,  una trompeta sonó y Albert dio la voz de salida.
--En marcha—grito Albert.
El puente levadizo se abrió y el ejercito avanzó pausadamente, por todo el camino se encontraban a la gente del pueblo que salía de sus casas para despedirlos y desearles suerte, entre vivas  la tropa avanzaba encabezada por su monarca seguido por su estandarte azul.
Al llegar a las afueras del reino, la pudo ver entre la gente. Ahí estaba su amada Candy despidiéndolo con el cabello alborotado por el viento y ambos sonrieron al encontrarse sus miradas, a pesar que por dentro sentían su corazón partirse en mil pedazos. Ella no quería que  la viera llorar y marchara a la guerra preocupado y el sabia que tenia que sonreír para que ella no se preocupara al verlo marchar tan lejos. De esta forma en la mente de ambos quedaría la imagen sonriente del otro, que les daría fuerza para esperar hasta el día que volvieran a encontrarse.
Poco a poco los combatientes se iban alejando, internándose en el bosque, el ruido de los cascos de los caballos era amortiguado por las hojas secas que cubrían el sendero.
 Ahí se quedó ella largo rato hasta que los blasones de la Rosa Blanca  desaparecieron de su vista, de su rostro se había borrado la sonrisa que momentos antes mostrara y de sus ojos brotaron amargas lagrimas que se mezclaron con las gotas de lluvia que empezaban a caer.
Una noche estrellada de luna llena en que el ejército se detuvo a acampar en un valle ya cercano a los campos de batalla, Anthony se encontraba en su tienda sin poder dormir, así que mejor salió a caminar, después de un rato se sentó a contemplar el firmamento y pensar en su amada. Beso el crucifijo que traía al cuello y una dulce sonrisa apareció en su rostro al recordar el día en que la conoció.
Al mismo tiempo lejos de ahí, Candy despertó sobresaltada, había tenido una horrible pesadilla donde vio como Anthony caía herido de muerte, llorosa se levanto y miro el cielo por la ventana.
--Anthony cuídate mucho—pasado un rato Candy sonrío pues también había recordado ese día maravilloso en que se encontraron por vez primera.
Aquel día había parecido ser normal para el príncipe Anthony, esa mañana había salido a cazar en compañía de unos amigos y otros miembros de la corte,  no había querido llevar su escolta pues aun estaban en su territorio. Sus primos no habían ido porque Archie se había quedado dormido y Stear como mago de la corte tenía que hacer unos experimentos de suma importancia. Todos habían ido a caballo y con sus arcos de caza, Anthony se había visto algo distraído hacia poco que su padre había partido a la guerra y no estaba de humor para salir, pero sus amigos insistieron y no se pudo negar, cuando de pronto:
--Miren ahí va un ciervo— había gritado uno de sus acompañantes.
--Si, será una buena pieza--  había dicho otro.
Habían partido todos al galope tras la presa, Anthony había aprovechado para irse por otro camino e internarse en el bosque con la intención de pasear un rato mientras los demás regresaban. Siempre que estaba triste o preocupado le gustaba cabalgar solo y saltar obstáculos. El príncipe había estado montando su corcel con maestría saltando troncos y matorrales que había a su paso, de repente de detrás de un arbusto había salido una chica y Anthony había tenido que frenar al caballo de súbito, lo había logrado justo a tiempo para evitar arrollar a la chica que había caído sentada y la canasta que traía había caído a su lado regando su contenido sobre el pasto.
Él se había bajado rápidamente del caballo y había corrido asustado hacia la chica.
--Oh lo siento, ¿se encuentra bien?—le había preguntado preocupado, se había agachado y le había ofrecido su mano para ayudarla a levantarse.
Ella no había respondido inmediatamente, solo lo había contemplado boquiabierta como si él no hubiera sido real. Él al ver que no  ella no había tomado su mano había pensado que estaba herida y se había arrodillado frente a ella, la había tomado de los hombros y le había vuelto a preguntar:
--Me escucha, ¿esta bien?—había insistido el príncipe.
--Este…no, digo si, si estoy bien, no paso nada— había respondido ella sintiéndose como entre nubes.
--Que bueno— había suspirado aliviado—es que no la vi y el caballo iba tan rápido que por un momento pensé que había resultado herida. Anthony tomo la canasta y empezó a recoger las fresas que había tiradas a su alrededor.
--Yo tuve la culpa, no se preocupe. Fue imprudente de mi parte venir hasta aquí—había dicho ella apenada ayudándolo a poner la fruta en la canasta.
Anthony  se había puesto de pie, la había ayudado a levantarse tomándola de ambas manos y fue cuando sus miradas se habían encontrado por primera vez. Se habían quedado como hipnotizados un largo rato.
--Oh no me he presentado, mi nombre es Anthony—había dicho él finalmente como saliendo de un trance, soltándole las manos para darle la canasta.
--Yo soy Candice, pero todos me llaman Candy—le había contestado regalándole una encantadora sonrisa.
--Es un placer conocerte, a pesar de las circunstancias—él también había sonreído en ese momento y ella no había podido evitar pensar, que la de él, era la sonrisa más hermosa que había visto--¿Dónde vives? Si quieres puedo llevarte— había continuado el joven.
--Oh no, no te molestes vivo aquí cerca, en los lindes del bosque— había señalado con la mano el camino a su casa.
--¿Y tu vives muy lejos de aquí?—le había preguntado ella.
--Yo… --Anthony estaba a punto de contestar cuando escucharon unos caballos que se aproximaban y voces que lo llamaban.
--¡Príncipe, príncipe Anthony! ¿Dónde esta?— se habían escuchado las voces se acercaban.
--Parece que me buscan—había dicho él volteando hacia donde provenían los gritos.
--¿Príncipe? ¿Príncipe Anthony?— había balbuceado ella, sin poder dar crédito a lo que escuchaba.
--Si, pero llámame Anthony solamente—la había mirado al tiempo que le había hecho un guiño y en su rostro se  había dibujado una sonrisa traviesa—Nos vemos.
--Nos vemos— había dicho ella agitando la mano al verlo subir al caballo.
El  se había ido hacia donde lo estaban llamando. Ella se había quedado un momento con la mano en alto para luego salir corriendo de regreso a su casa.
Mas tarde ese mismo día,  el príncipe había llegado al jardín del castillo, donde siempre para él sentía que aun vivía su madre entre las rosas, todos los rosales florecían despidiendo una fragancia deliciosa, Anthony se sintió tan contento como hace mucho no estaba.
--Madre, hoy he conocido a la mujer con la que quiero compartir mi vida, dirán que estoy loco pero me he enamorado—le había hablado mientras cuidadosamente sacaba un rosal de entre la tierra para ponerlo en una macetita de barro.
Había estado tan concentrado en su labor que no había escuchado cuando dos personas se acercaron, se trataba de sus primos.
--¿Qué haces Anthony?—había preguntado Archie extrañado pues esa no es la hora en que su primo se dedicaba al cuidado de las rosas.
--Ah, no los vi llegar, ¿que hago? pues un regalo— había contestado él muy sonriente.
--¿Siempre si fuiste de cacería?—había preguntado Stear al verlo.
--¿Lo dices por mi traje? Si, si fui. No me había dado cuenta que aun traigo el traje de caza jeje— había dicho mientras había reído tontamente.
--Algo le pasa a Anthony, esta muy extraño. ¿No crees hermano?—había dicho Archie a Stear en voz baja.
--Si, es verdad hace mucho que no lo veía tan feliz—había comentado Stear también en susurros, mientras habían visto como Anthony había terminado la maceta y le había puesto un poco de agua.
--Oye Anthony, ¿se puede saber para quien es el regalo?— había preguntado Archie tratando de averiguar algo.
--Lo sabrán a su debido tiempo, tan solo les diré que he encontrado al amor de mi vida—había respondido Anthony con un brillo muy especial en la mirada.
--¿Al amor de tu vida? ¿No será Eliza verdad?—había bromeado Stear.
--Si, el amor de mi vida y claro que no es Eliza. No lograran que les diga nada, al menos por ahora—la sonrisa no se le había borrado del rostro. 
--Oh primo, dinos quien es— le había dicho Archie con curiosidad.
--No insistan porque no les diré, además no se si ella me ama—había hablado Anthony con un poco de preocupación pero enseguida volvió a sonreír.
--¿Como que no lo sabes?—había preguntado Stear confundido.
--No, no lo se porque apenas hoy la conocí pero se que es la indicada, lo siento. Saben fue como una conexión mágica como si se estuviera cumpliendo el destino o algo así—había hablado emocionado.
--Aja – sus primos lo habían visto sin saber que decir.
--Bueno ya no me vean como si estuviera loco—los había mirado divertido—han visto al mensajero, necesito hacerle un encargo.
--Si creo que estaba por ahí, ¿Quieres que lo mande buscar?—le había preguntado Archie.
--Si,  por favor—Anthony había caminado hacia el castillo—díganle que me espere aquí, ya regreso.
Mientras esto había ocurrido en el palacio, Candy había llegado a su casita a las afueras del bosque, entro corriendo hasta la cocina donde se había encontrado a su tía y dejo la canasta en la mesa.
--¡Tía Mary, tía Mary!¡ Ay tía, no me vas a creer a quien vi!—abrazo a la azorada mujer.
--¿A quien viste? ¿Por qué llegas tan emocionada?—le había pregunto.
--¡Ah!--suspiró-- Creo que estoy enamorada. No, estoy segura ¡Estoy enamorada!—la había tomado de las manos y la hizo girar con ella.
--Pero niña, ¿que te pasa? ¿Enamorada? ¿De quien?— había preguntado la mujer con impaciencia.
--Si, enamorada…Nunca pensé que me podría pasar esto, el amor a primera vista existe tía. Es como un sueño, un hermoso sueño que se hace realidad. Hoy conocí a Anthony, es tan dulce, tan amable, tan…
--¿Anthony? ¿Qué Anthony?—la tía cada vez había entendido menos.
--Ay tía, pues el príncipe Anthony—Candy había mencionado muy emocionada con los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas.
--Pues definitivamente estas soñando porque que iba a estar haciendo el príncipe Anthony por aquí— había agregado la señora—dime, ¿te sientes bien? ¿Comiste alguna fruta desconocida del bosque?—le había tocado la frente—No, no tienes fiebre. Entonces ¿Te caíste? ¿Te pegaste en la cabeza?
--No, tía. No me caí, bueno si, pero no me paso nada. Lo que pasa es que hoy cuando recogía las fresas que me encargaste escuche unos cascos de caballos, se me hizo raro pues por aquí nadie tiene caballos, entonces fui a investigar y por andar de curiosa casi me arrolla Anthony con su caballo. Se preocupo mucho, me ayudo a levantarme, estuvimos platicando hasta que escuchamos que lo llamaban. Nunca me paso por la cabeza que estaba con el príncipe heredero y es que el solo me dijo su nombre  y ya, pero ahora que lo pienso debí darme cuenta de inmediato por sus vestiduras. Debo haberme portado como una tonta, ya ni se que dije solo puedo recordar sus ojos ¡Y que ojos!  Tan bellos, tan azules, tan profundos—Candy había hablado sin percatarse de la preocupación que se había retratado en el rostro de su tía.
--¡Oh Candy, mi niña! El que él se haya portado amable contigo no significa que pueda enamorarse de ti y suponiendo que así fuera, él no puede casarse con una plebeya. Él es el príncipe y futuro rey de estas tierras y tú no eres lo que él necesita. Aunque seas hermosa por dentro y por fuera. Aunque para mi, te merezcas a un rey, la realidad es distinta; no pongas tus ojos tan alto, él es inalcanzable como las estrellas.
--Tía, creo que ya es demasiado tarde, él me ha deslumbrado no por ser quien es sino por ser como es. Sabes, me enamore sin saber quien era, ahora que me dices todo esto quisiera que el fuera un chico como cualquier otro, pero no lo es y pensándolo bien no me importa, aun si no lo vuelvo a ver, gracias a el he conocido el amor—Candy había sonreído dulcemente.
En ese momento alguien había llamado a la puerta, la tía Mary fue a abrir. Se había tratado de un mensajero del príncipe.
--¿Aquí vive la señorita Candice?—había preguntado el enviado.
--Si, soy yo—se había adelantado Candy antes que su tía dijera algo.
--Su Majestad, el Príncipe Anthony, le envía esto—le había entregado una pequeña maceta con un rosal el cual ya tenia un botón a punto de florecer y una carta con el sello real.
--Gracias—había sido lo único que Candy pudo decir, aun no lo podía creer. Pensaba que nunca sabría mas de el. Que ese “nos vemos” al despedirse esa mañana era un adiós definitivo.
--Esperare afuera por su respuesta—le había dicho el mensajero antes de salir.
La carta decía:

Querida Candy:
 
Esta es la Flor insignia de mi familia y del reino. Te mando una de las del jardín que mi madre me heredo.
Quisiera verte nuevamente, que te parece si nos encontramos mañana a la misma hora en el mismo lugar.
                                                              Anthony.
 P.D. Para ti soy solo Anthony.
 
--Lo ves tía, él también siente algo por mi—había dicho Candy emocionada tras leer la carta en voz alta.
--Si, ya veo que él es tan gentil como dice toda la gente que lo ha conocido, pero yo sigo pensando que tal vez solo quiera jugar contigo— había indicado la recelosa mujer.
--No tía, no creo que él sea esa clase de persona, lo vi en sus ojos. Me di cuenta al mirarlo que también estaba sintiendo lo mismo que yo,  lo sabia y esta carta me lo ha confirmado—había dicho la chica apretando la carta contra su pecho.
--Esta bien, ya no diré nada. Te apoyare en lo que decidas hacer, si toda la gente habla tan bien de el por algo será. —la mujer había abrazado a Candy mientras pensaba--”pero presiento que este amor que hoy nace te traerá además de felicidad también mucho dolor”.
A esa cita le habían seguido muchas otras, el jardín de la humilde casita se había ido llenando de  hermosas rosas. Los rosales habían crecido al igual que el amor entre la joven pareja que soñaba con el día en que podrían estar juntos.
Muy lejos uno del otro, esa noche mirando la luna llena, los enamorados habían estado recordando ese día tan feliz, ese momento mágico  cuando sus miradas se encontraron y sus almas se reconocieron.


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