Por Perla Gutiérrez
Los primeros cuatro capítulos
los podrás encontrar
aquí
V
-Díganos entonces tía- interrogó
Archie-¿cómo está Anthony?
-Si tía- prosiguió Stear-
¿Cuándo podemos verlo?
-Anthony está muy delicado-
comenzó a explicarles- la verdad es que desde el día del accidente
no ha recuperado la conciencia. Los médicos dicen que está en
coma, que tiene señales de vida apenas indispensables. Sin
embargo, los primeros días me decían que sólo restaba esperar el
desenlace, pero ahora me dicen que, aunque sigue muy grave, se
puede esperar una recuperación. Pero no me aseguran nada hasta que
él pueda estar consciente, y entonces harán nuevos estudios. Ahí
es donde necesitamos apoyarnos. Dicen que a una persona en su
estado normalmente no le permiten visitas, pero sólo ustedes que
han convivido más con él, podrían hacerlo reaccionar sin están con
él y le hablan. Nos organizaremos en horarios para atenderlo.
-Tía- se atrevió a interrumpir
Candy-¿el tío abuelo William vendrá a ver a Anthony?
La señora dudó un momento.
Realmente ahora no era nada oportuno para revelar esa identidad.
Ese momento aún estaba muy lejano, pero no era este el tiempo para
hablar de esos motivos, y a cambio contestó:
-William y yo hemos acordado que
no es necesario que él descuide los negocios en New York por estos
momentos, si realmente él no podría hacer gran cosa para ayudar.
En cambio, me ha parecido más pertinente escribirle al padre de
Anthony, avisándole del accidente, y requiriendo su presencia lo
más pronto posible.
“El padre de Anthony” pensó
Candy “aún no lo he conocido, ¿se parecerá Anthony a él? Tal vez
no, porque recuerdo que Anthony me habló de un chico muy parecido
a él que siempre estaba con su madre… el chico que podría ser mi
príncipe” y al recordar Candy la última conversación sostenida con
Anthony, la que ahora parecía que podría ser la última
conversación de su vida, sus ojos se humedecieron.
-Candy- interrumpió la tía Elroy
los pensamientos de Candy- no es de una dama llorar mientras se
come. Arruinarás tu sopa, y el apetito de los demás.
-Perdone tía- se disculpó- yo
solo deseaba preguntar cuando empezaremos a visitar a Anthony.
-Hoy mismo, en cuanto terminemos
de comer.
-¡Yo entraré primero!- aseveró
Elisa, quien hasta el momento había permanecido al margen de la
conversación.
-En un momento decidiremos eso-
contestó la tía, sin darle mayor importancia a sus palabras. En
estos momentos, la señora no pensaba en Elisa como mejor opción
para Anthony, pues, la verdad, si había notado que el
comportamiento con ella era muy distinto que con Candy. Pero no
tenía caso seguir arruinando la digestión de todos.
Candy sintió un vuelco en el
corazón (y otro en la boca del estómago) pues, después de casi
veinte días, por fin hoy lo vería. No iría sola, y tal vez, no
podría decirle nada de lo que sentía por él. Pero lo vería, y
saberlo era suficiente para hacerla sentir, desear, desesperar,
todo al mismo tiempo.
VI
Incluso antes de abrir la
puerta, la sangre se había agolpado en su rostro. Hubiera
preferido no haber entrado sola, sino hacerlo junto con Archie y
Stear, tal como habían acordado antes de salir de su casa; pero
los doctores del hospital Santa Juana fueron muy estrictos al
respecto: el estado del paciente era delicado, y, si bien ocupaba
de su familia para reestablecerse, no podía recibir más de una
visita a la vez. Así que los tres acordaron que la primera en
entrar fuese Candy, mientras Elisa se quedaba que echaba chispas
por haber sido por demás ignorada.
-Anthony- comenzó a murmurar
mientras con paso lento se acercaba a la cama donde yacía inmóvil
el joven rubio- oh Anthony, te he extrañado tanto.
Lo observó detenidamente,
completamente inmóvil, por demás pálido, con una enorme venda en
la cabeza. A los pies de su cama se hallaba el reporte del
diagnóstico médico. Candy escuchaba un pitido intermitente,
proveniente de un moderno aparato que ella no conocía, pero al
cual observó que estaba conectado Anthony. Se acercó con
curiosidad al aparato “electrocardiógrafo” leyó en una etiqueta, y
siguió observando. Llena de curiosidad tomó el expediente de
Anthony, tratando de entender lo escrito por el doctor Roentgen
“las radiografías tomadas al paciente no muestran ninguna fractura
en el cuerpo”. Lo cerró sin seguir leyendo, más que nada, porque
todo estaba lleno de tecnicismos que su mente no comprendía, y en
ese momento, en su alma deseó tener la capacidad de comprender la
situación real de Anthony, y de ayudarlo. “Si tan solo entendiera
que quiere decir esto, que es lo que hace el aparato al cual se
encuentra conectado”… por fin tomó valor y se dirigió a él.
“Anthony” comenzó a hablarle “no
sé si me escuches. Te he extrañado tanto, y quiero confesarte que
me siento tan culpable. Daría todo lo que fuera necesario por
verte bien otra vez, por verte sonreir, por volver el tiempo atrás
y prevenir tu accidente. Si yo te hubiese pedido que no saltaras,
si no hubiese estado tan metida en mis propios pensamientos.
Empiezo a creer que Elisa tiene razón y que todo es mi culpa, pero
no ha sido a propósito, créeme que no. Ustedes realmente han sido
muy buenos conmigo, y me cuidan, y me protegen, y sé que cuento
con ustedes, y ahora siento que yo no he cuidado igual de ustedes,
que no he hecho suficiente por ti. Ahora mismo Stear y Archie
declinaron su deseo de visitarte primero, sólo por mí, sólo porque
yo te extraño, y yo…” las lágrimas brotaban de sus ojos, y un nudo
hacía presa de su garganta, imposibilitándola a emitir otra
palabra. Candy se acercó más a Anthony, verlo así realmente le
estaba partiendo el alma en dos. Si de por sí, antes del
accidente, le preocupaba que el mal presentimiento de su corazón
se realizara en Anthony, ydesde el accidente, Candy estaba
sufriendo por no saber el estado real de él, ahora que lo veía, lo
sentía frágil, y ella se sentía verdaderamente inútil. Necesitaba
ser útil, necesitaba sentirse cercana a él.
“Anthony, si me vieras en este
momento, ya sé que me dirías que no llorara… que soy… más linda al
reir… pero no puedo… no puedo parar de llorar” y tomó su mano “lo
sientes? ¿sientes que estoy aquí? ¿sientes que no voy a dejarte
solo?”
Y ya no dijo nada más. Las
lágrimas acabaron con su voz, y sólo atinó a seguir sosteniendo su
mano al lado de su cama, mientras contemplaba su rostro y en su
corazón oraba por su salud recordando las oraciones que la
señorita Pony y la hermana María, sus madres, le habían enseñado
en su niñez.
VII
-Como tarda en salir, ¿no te
parece?- le preguntó Archie a Stear.
-Para ella el tiempo debe
sentirse más corto porque está con él, en cambio, como estamos sin
hacer nada, nos parece eterno.
-Mira, ya se abre la puerta.
Candy… ¿cómo lo viste?
-Yo… desearía saber que opinar,
está inmóvil, le hablé pero no despertó, le tomé la mano, y no
hubo ninguna respuesta de su parte, no sé de verdad si esto va a
funcionar- y las lágrimas volvían a resbalar por sus mejillas.
-Voy a entrar con él- dijo
Archie, y sin más, pasó a la habitación de Anthony, mientras Stear
abrazaba a Candy para consolarla.
-Primo- habló Archie una vez
dentro, acercándose a la cama- siempre has sido un ganador, no te
dejes vencer esta vez. Mira a Candy, has ganado, su corazón es
solamente tuyo, pero debes salir adelante si es que quieres estar
con ella, hacerla feliz, de otro modo yo… - se le ahogaban las
palabras en el pecho- yo daría todo por ella, pero la felicidad de
ella eres tú. También te esperamos nosotros, te extrañamos mucho,
la casa verdaderamente no es lo mismo sin ti… te necesitamos, te
queremos Anthony.
Archie no supo que más decir, y
se quedó a los pies de la cama, contemplando a Anthony,
comprendiendo el milagro que significaba que él siguiera vivo, y
pensando que algo bueno debía salir de todo esto; que algo grande
sin duda preparaba Dios, o de otro modo, no estarían ahora ahí.
Un momento después salió y
entonces fue el turno de Stear para entrar. Después de ver a Candy
y Archie, Stear entró con el corazón en la mano, con el alma en un
hilo, sólo de abrir la puerta sus ojos se humedecieron. No sabía
que decirle. Sabía que no quería que muriera, pero no encontraba
como expresarse. Con su curiosidad de investigador, él también
tomó su expediente clínico y comenzó a leer el diagnóstico: “las
radiografías tomadas al paciente no muestran ninguna fractura en
el cuerpo, sin embargo, sufrió un golpe en la región frontal del
cráneo, al igual que en la región occipital, lo que hace presumir
que el daño sea directamente en la masa cerebral. El paciente se
encuentra en estado comatoso, y resulta imposible dar un
diagnóstico acertado de su estado mental, amnesia o cualquier otro
tipo de secuela mientras no despierte. Se ha conectado a un
electrocardiógrafo para medir sus signos vitales”.
Stear dejó el expediente sin
ningún asombro. Por su carácter de investigador, ya había
conseguido algunos libros de medicina, y seguía en los diarios el
desarrollo de nuevos aparatos científicos, así que no se le
dificultaba imaginar de antemano cuál debía ser el estado de salud
de su primo. Sin embargo, no por eso dejaba de dolerle.
“Anthony, te necesitamos, échale
ganas, que nosotros estamos rezando por ti. Y, quiero decirte,
Candy te necesita mucho. Nos estamos dando cuenta Archie y yo, que
si tú no estás, su lugar en la familia podría cambiar
drásticamente. Tienes que estar aquí, y ayudarnos a cuidarla”.
En ese momento, entró el doctor
en turno acompañado de una enfermera, y le solicitó a Stear que
saliera un momento mientras revisaba al paciente. Apenas se había
reunido con Archie y Candy en la sala de espera del cuarto
privado, cuando se abrió la puerta de la habitación y salió la
enfermera.
-¿Quién es Candy?- preguntó
mirando a los chicos, y sus corazones dieron un vuelco.
-Yo… yo soy Candy- dijo ella
poniéndose de pie.
-¿Quiere venir?- explicó – el
paciente acaba de decir su nombre.
VIII
Todos quedaron estupefactos ¿de
verdad el milagro tan esperado ya había ocurrido? ¿de verdad
Anthony ya había despertado?
-Ve Candy- ordenó la tía Elroy,
quien hasta ese momento había permanecido en la capilla del
hospital, y recién llegó para escuchar que Anthony había
pronunciado el nombre de Candy, después de veinte días de no
mostrar ningún tipo de mejora.
-Pero ¿porqué ella?- pregunto
airada Elisa- No es justo, yo quiero entrar.
-Claro que no- advirtió Archie
mientras le tapaba el paso – no es a ti a quien quiere ver, así
que no le hará ningún bien si tú entras.
-¿Cómo que no le hará bien? Ha
estado inconsciente desde hace veinte días, ¿cómo va a saber que
le hace bien y que no? ¿cómo saben, incluso, que no está diciendo
su nombre como acusando a quien a propósito lo tirara del caballo?
-Suficiente Elisa- dijo con voz
grave la señora Elroy –Candy, no hagas esperar a Anthony ni al
doctor, ve ahora.
-Eh… sí- contestó Candy, y
apresuró sus pasos para entrar en la habitación. Se acercó a la
cama en actitud temerosa.
-Candy- escuchó débilmente la
voz de Anthony.
-Aquí estoy- dijo tomando
nuevamente su mano, mientras las lágrimas brotaban nuevamente de
sus ojos.
-Candy- repitió él- te… escuché…
te… escuché- Anthony comenzó a apretar la mando de Candy,
repitiendo lo mismo una y otra vez, sin abrir los ojos, como si él
mismo estuviera viviendo en un sueño.
-Anthony ¿me oyes ahora? –
preguntó emocionada.
-Te oigo Candy - dijo volviendo
a caer en un estado de inconsciencia.
- Doctor, ¿Qué pasa?
- Salga un momento, estaré con
ustedes enseguida – indicó el doctor.
-¿Qué pasó? – le preguntaron
Stear y Archie una vez que la vieron fuera de la habitación.
- Me habló- dijo ella con una
mezcla de emoción e incredulidad en la voz – pero luego, no sé,
quedó inconsciente otra vez. Dijo el doctor que ahora venía.
Esperaron… más tiempo del que
hubieran deseado. Por fin, salió el doctor y se dirigió a los
presentes:
-Pues, aunque si esperaba que al
hablarle ustedes el paciente reaccionara, me sorprendió la
velocidad con que esto ha ocurrido. Mañana comenzaremos con nuevos
estudios, pro si precisamos que lo sigan visitando, y depende de
su evolución, tal vez en una semana podamos darlo de alta.
-Muchas gracias doctor – expresó
la señora Elroy.
- No tiene que agradecer, es
nuestra obligación con cualquier paciente.
Al siguiente día ocurrió la
primer nevada de la estación. Ese mismo día llegó el padre de
Anthony. Elisa se alegró de su llegada, más que nada por
conveniencia, pues esperaba contar con su apoyo para que Candy
dejara de ser parte de la familia, para que prohibiera que se
acercara a Anthony… para cualquier cosa que pudiera ser de
utilidad para ella.
-Ahora sí Candy, vas a saber a
quien desafiaste.
IX
En la biblioteca de la mansión,
Candy se encontraba muy nerviosa, esperando conocer al padre de
Anthony. Stear y Archie trataban de animarla diciendo lo increíble
que era su tío, que sabiendo el cariño que había entre Anthony y
ella, el señor seguro que la adoraría.
Aunque los chicos morían de
ganas de estar en el hospital con Anthony, consideraron más
prudente esperar su llegada en casa e ir juntos al hospital
después de eso. Por fin, un sirviente de la casa anunció la
llegada del señor Brown.
-¡Ánimo Candy!- dijo Archie.
-Sonríe, verás que todo saldrá
bien- añadió Stear.
El señor Brown esperaba en el
recibidor, cuando los chicos entraron, Stear y Archie le abrazaron
afectuosamente.
-Sobrinos- dijo el padre de
Anthony abrazándoles a su vez - ¿qué ha ocurrido con Anthony?
¿cómo está? Recién llegué hoy de New York y me encontré varias
cartas de la seóra Elroy, avisándome que mi hijo está muy grave en
el hospital.
-Así es tío, desgraciadamente –
contestó Stear- sin embargo, ayer recuperó la conciencia,
estábamos aguardando su llegada para ir al hospital. Hoy le
practicarán nuevos estudios, y dependiendo de los resultados, será
el tratamiento médico a seguir. Como verá, hoy estamos más
optimistas.
-Gracias a Dios. Mira que vengo
con el alma en un hilo. Me siento tan mal de estar tanto tiempo
ausente y dejar sólo a mi hijo, ya perdí a mi esposa, y no me
siento apto para hacerme cargo de él, pero si algo le pasa yo… yo…
creo que ya no tendría motivos para vivir.
-Tió- interrumpió Archie-
cambiando el tema, quiero presentarle a Candy, ella es…
-¡La única culpable del
accidente de Anthony!-interrumpió Elisa- ¡de verdad tío, que ella
era la única presente cuando Anthony calló del caballo! ¡Y estoy
segura que ella misma lo tiró!
-¿Y porqué habría de hacer tal
cosa?-preguntó el padre de Anthony.
-No sé tío, los motivos que
tenga para sus atrocidades, pues nunca los ha confesado, pero en
verdad le digo que desde que ella entró a la casa Leegan como
sirvienta, pasaron cosas horribles, y como mi hermano y yo nos
resistimos a su maligna influencia, engatusó a Archie, Stear y
Anthony para entrar en esta casa. No sé si será por ambición, por
odio o porqué, pero veo que se ha propuesto destruir a los Andley,
y el accidente de Anthony es una prueba. ¡Era la única presente!
-Así que tú eres Candy- dijo el
padre de Anthony con voz calmada y mirándola fijamente. Notó la
turbación en la chica por las palabras de Elisa, pero a cambio
dijo- Anthony me ha escrito mucho sobre ti. Gracias por estar aquí
– y diciendo esto la abrazó y depositó un beso en su frente.
El alma de la chica volvió a su
cuerpo al ver que las palabras de Elisa no habían predispuesto al
padre de Anthony, mientras la pelirroja salía hecha una furia,
pues acababa de perder categóricamente otro encuentro contra ella.
-Bueno, chicos, hay cosas que no
cambiarán nunca, pero que vamos a hacerle, ¿verdad?- dijo el señor
Brown muy sonriente – Elisa ha sido así desde que tengo memoria,
pero por más que insista en engañarme, sé reconocer la verdad tras
una mirada, su mirada está llena de odio, en cambio la tuya, Candy,
es transparente. Puedo ver tu alma pura en este momento que te
conozco, y sé que mi hijo la ha visto. Pero no se hable más, vamos
ahora al hospital que deseo más que nada ver a mi hijo.
X
-Buenas
tardes doctor Roentgen, le presento al padre de Anthony Brown
–dijo la señora Elroy al momento de entrar a la habitación de
Anthony.
-Mucho gusto señor Brown- dijo
el médico extediéndole la mano.
-¿Cuál es el estado de salud de
mi hijo? –se apresuró a preguntar.
-Su hijo ha pasado por varias
condiciones, al principio estaba muy grave, que hasta nos
aventuramos a pensar que lo perderíamos, pero en este momento
estamos muy optimistas, el que haya reaccionado ayer…
-¿Reaccionó?- interrumpió el
señor Brown- ¿quiere decir… que despertó?
-Si, así es, unos minutos, pero
eso nos ha ayudado a saber que las lesiones en su masa cerebral no
son tan graves como pensábamos. Su juventud le ha ayudado, pero si
ha estado entre la vida y la muerte, de hecho, por cuestión de
milímetros en la zona del golpe no fue una muerte inmediata.
-Vaya-dijo el padre de Anthony
sintiendo como la piel se le ponía de gallina- ¿puedo pasar a
verle?
-Claro, en este momento está
inconsciente, pero ahora que le permitimos visitas es cuando ha
mostrado avances, así que pase, si se le ofrece algo llámenos,
aquí estaremos.
El hombre entró en la habitación
de su hijo, y sólo con traspasar el umbral, sus ojos se anegaron,
había estado tanto tiempo ausente, tratando de olvidar su dolor,
que no pensó que la vida de su hijo, lo más amado, podría ser en
verdad tan efímera. Y ahora, saberlo en esa cama, escapando de las
garras de la muerte, le hizo pensar si la vida que hasta entonces
llevaba había sido la correcta.
Edward Brown, de origen
Holandés, tuvo solamente una pasión toda su vida, el mar, hasta
que conoció a Pauna Andley, su esbelta figura, rubios cabellos,
profundos ojos verdes, elegancia, discreción, sencillez, lo
enamoraron perdidamente. Tuvo la dicha de tenerla como esposa, y
que le diese un hermoso hijo, tan rubio como ella, pero con
hermosos ojos azules. Combinó sus dos pasiones, familia y mar,
hasta que un día el destino le arrebató a la mujer amada. Sin
quererlo se sumió en el trabajo, sin dejar de amar a su hijo, sólo
esperando que pasara su dolor…
Y ahora, por poco se salvaba de
sufrir una cruel broma del destino. ¿qué habría pasado si, en
lugar de llegar a ver a su hijo en una cama de hospital, hubiese
tenido que llegar a visitar su tumba? Su único hijo, su heredero,
la prolongación de su amor, no podría nunca perdonarse si algo le
pasara en su ausencia.
Se acercó a la cama de Anthony,
necesitaba tocarle. Lo miró atentamente, ya se estaba convirtiendo
en un hombre ¿cuándo su pequeño había crecido? ¿cuándo dejó de
correr inocentemente entre los rosales buscando a su madre, para
cultivar las rosas con sus propias manos? Las cartas que había
recibido de su hijo, en las que veía un amor inocente al
mencionarle a Candy… ¿Qué tanto se había perdido de la vida de su
hijo, que ya no podía recobrar? En ese momento, se sintió
fracasado como padre.
Tomó su mano, mano de hombre
trabajador, y se enorgulleció de adivinar su vida por sus manos.
–ya no te fallaré hijo- le dijo en voz alta – soy tu padre, pues
bien, seré tu padre, no solamente el padre que engendró y sabe que
económicamente no te falta nada, seré el padre que está, el padre
que apoya, el padre sin miedo de amar a su hijo, el padre que
nunca se ausenta… a menos que tú lo pidas. Te amo hijo, y hasta
hoy supe cuál debe ser mi motor para vivir. Tú, mi amado hijo. Tú,
mi amado Anthony.
Edward Brown dejó de hablar
cuando sintió la mano de su hijo moverse entre la suya, y lloraba
mientras lo veía despertar.
XI
-Anthony…
mi amado Anthony…¿puedes oirme?- preguntaba Edward a su hijo. ¿de
verdad estaba despertando de la incosciencia? ¿O acaso era
solamente un reflejo de su cuerpo? Impaciente lo veía, esperando
incluso un reclamo de su parte al verle. Casi de dos años había
durado esta vez su ausencia. –Anthony, hijo, aquí está papá.
Y en ese momento, Anthony habría
los ojos, mientras la piel de su padre se erizaba por completo.
Instantes que se volvieron eternos tardó en terminar de
reaccionar, su rostro reflejaba su pensamiento ¿dónde estoy? Y su
padre, viendo que no volvería la mirada hacia él, pues tal vez
ignoraba su presencia, se acercó hasta casi poner su rostro sobre
el suyo mientras le decía suavemente –Anthony, aquí estoy.
-Papá… -dijo por fin notando su
presencia – papá… ¿Qué tal tu viaje?
-¡Doctor! – gritó el señor Brown
aproximándose a la puerta - ¡Enseguida!
-¿qué ocurre? – pregunta la
enfermera a cargo de Anthony al tiempo que entraba – El doctor
Roentgen vendrá enseguida.
- Mi hijo ha despertado
-¡Que bien!-dijo la joven - si
quiere ahora mismo le aviso.
-Es que, quiero saber, quiero
abrazarlo, pero no sé si deba.
-Espere un momento por favor,
ahora le aviso al doctor.
Sale la joven de la habitación y
el señor Brown vuelve a acercarse al lado de su hijo. Se muere por
abrazarlo, por acariciar su cabeza… pero verlo conectado a tantos
aparatos, y vendados sus rubios cabellos, se muere de miedo, pues
teme lastimarlo, así que sólo resta esperar.
Minutos eternos tardó el doctor,
pero al fin llegó.
-Me acaba de avisar la señorita
Susy que Anthony ha despertado.
-Así es doctor, pero… ¿puedo
hablar con él? ¿puedo tocarlo?
-Hágalo, pero no lo fuerce.
-De acuerdo – y se volvió hacia
su hijo – hijo… ¿cómo te sientes?
-Yo… no lo sé… ¿Qué hago aquí?
-¿qué es lo último que
recuerdas? – le preguntó temiendo asustarlo si le decía de golpe
lo ocurrido.
-Yo… le dí rosas a Candy ...
fuimos a su habitación en la mañana… antes de la cacería… se veía
hermosa… ahora es de la familia…
-¿Recuerdas que pasó al final de
la cacería?
- Yo… vi un zorro enorme para
Candy…y… la trampa… mi caballo pisó una trampa…
-Si hijo… por eso estoy aquí…
perdón por no venir antes
-Papá… ¿lloras?
-Creí que te perdería, y yo, yo
no podría vivir si me faltas.
-Anthony – interrumpió el doctor
Roentgen- has estado más de 20 días inconsciente aquí en el
hospital Santa Juana
-¿Hospital? –preguntó extrañado…
sabía que estaba despertando de un sueño profundo, pero no tenía
idea de que estuviese hospitalizado. Trató de atar cabos,
vagamente recordaba, como en un sueño, que Candy tomaba su mano, y
que él decía haberla escuchado… era todo… veinte días de su vida
sumidos sólo en una especie de sueño, era algo difícil de
imaginar; y sin embargo era por lo que estaba pasando ahora. – Y,
¿porqué no puedo estar en mi casa ahora? ¿Candy está bien?
-Necesitamos primeramente
tenerlo algunos días en observación ahora que ha despertado, pero
si sigue evolucionando bien, probablemente pronto pueda irse a
casa.
-Candy está tras esta puerta, al
igual que tus primos y la señora Elroy.
-¿Y puedo ver a Candy ahora?
-¿Puede doctor? – preguntó su
padre con una media sonrisa, pensando para sí que su hijo no era
más un niño, ya era casi un hombre… y además, un hombre enamorado.
XII
Después de tres días de visitas
en los que no le habían permitido acercarse a Anthony, Elisa
estaba furiosa. Así que decidió escapar de la mansión e ir al
hospital a como diera lugar.
-¿Quién anda ahí? – se escuchó
una voz entre las sombras.
-Walter… justo a quien estaba
buscando- dijo muy segura Elisa –necesito que me lleve al hospital
ahora mismo, y sin que nadie en la casa se entere.
-Pero, no puedo hacerlo
señorita, no sin órden de la señora Elroy.
-Pues, tan sencillo como que si
no me lleva, mi tía sabrá que usted me obligó a venir esta noche
aquí con engaños, y será mi palabra contra la suya.
El chofer, asustado, accedió a
llevar a Elisa al hospital, donde ella pudo escurrirse y burlar la
vigilancia nocturna. Al fin consiguió entrar a la habitación de
Anthony. Y ahí estaba ella de pie, contemplándole mientras dormía,
por fin de cerca, después de tantos días, de tanta angustia, de
tanto llanto reprimido.
Elisa sentía tantas cosas
mezcladas por haber sido apartada de él, y ahora, al verlo ahí, no
sabía explicar cual era la dominante: ira, soledad, tristeza,
rabia, envidia, decepción, humillación, amor… si, porque aunque
nadie lo creyera, Elisa amaba a Anthony más que a nada en el
mundo. Había soñado toda su vida, desde que tenía memoria, con él.
Nunca se tomó tiempo para preguntarse o para preguntarle a él,
pensando que eran muy jóvenes y tenían todo el tiempo por delante;
pero ella siempre dió por hecho que, al frecuentarse tanto, en
algún momento de su vida, él le declararía su amor y se casarían
viviendo felices para siempre, o, en el peor de los casos, sus
padres arreglarían un acuerdo matrimonial conveniente para todos.
Siempre se sintió segura de él, y nunca se tomó la molestia de
investigar si sus sueños podrían volverse realidad.
Y ahora estaba aquí, frente a
una realidad incomprensible para ella: el amor de su vida en una
fría cama de hospital, recién salido de su lucha contra la muerte,
soñando seguramente con esa maldita hospiciana, quien a buena hora
tuvo la fortuna de ser recogida por su familia, y valiéndose de
cuanta artimaña le fue posible conquistó al chico de sus sueños,
casi le cuesta la vida… e incluso ahora ¿él la procura a ella? Él
solo pide verla, es la única que puede entrar siempre que lo
desea, la única bien recibida… pero, ¿porqué?
Todo eso cruza por su mente al
verlo dormir, y aún con todos esos sentimientos entremezclados, el
amor es más poderoso, la atrae como mosca a la miel, y se acerca
al bello ángel que apaciblemente duerme esa noche. Sólo
contemplarlo de cerca, es todo lo que pide, sin interrupciones,
sin que nadie los separe, así sin hablar está bien, pues puede
viajar a sus sueños y pensar en que el corazón de Anthony es
solamente suyo.
Más, al momento de tocar su
mano, él reacciona hablando entre sueños, “Candy”.
Instantáneamente, como acto reflejo, Elisa suelta su mano. Es
todo, ya no hay más que decir ni a que quedarse. El corazón de
Anthony le pertenece a Candy, no hay duda de ello, pero
remarcárselo de esa forma, era demasiado doloroso, demasiado vil.
Las lágrimas de Elisa cobran
vida propia, y fluyen de sus ojos sin poder hacer nada por
evitarlo. Gran decepción. Y demasiado coraje. Si hay algo que
Elisa no perdona en esta vida, es que alguien la haga llorar.
Impulsada por los celos, por el
odio, por el sentimiento de sentirse traicionada, necesita
vengarse, y necesita hacerlo inmediatamente. “¡Maldita Candy!
Maldita la hora en que mi familia te recogió, maldita la hora en
que naciste, ¡mil veces maldita! Y además de todo, ¡eres
intocable!” piensa con dolor y coraje. Tan fácil que hubiese sido
hacerla sufrir si aún fuese una sirvienta, pero ahora, la única
forma de dañarla, sería dañando a Anthony, ¿y si Anthony muriese
en este instante? ¿no sería más fácil? ¿no acabaría el problema?
No hay Anthony, Candy no ha ganado nada. Si, sería muy fácil, si
alguien debía cuidar a Anthony esa noche, sólo Dios sabía donde
estaba, pero no era en esa habitación, así que nadie podría
impedir que ella tomara en ese mismo momento una almohada, y le
cubriera su respiración hasta asfixiarlo…
“¡No!” se recriminó ella misma,
¡¿qué estaba pensando?! Eso era demasiado hasta para ella. Quitar
de en medio a Anthony, ¿cómo pudo habérsele ocurrido semejante
barbaridad? Pero si ella lo amaba, ¿en qué cabeza cabe que cuando
amas a algo debes destruirlo? No, era Candy quien debía pagar, o
ella dejaría de ser Elisa Leegan para siempre.
Un ruido la sacó de sus
pensamientos, alguien estaba abriendo la puerta de la habitación
de Anthony, y no le dejaba tiempo para esconderse.
-¿Qué hace aquí?- preguntó la
enfermera de turno.
-Yo… se me fue el tiempo
visitando a mi primo, pero ya me retiro.
-Hará bien señorita, porque la
hora de visitas hace mucho que terminó.
-Si- dijo Elisa- compermiso.
Se retiró pensando que en otra
ocasión hubiese sido más altanera, pero los pensamientos recientes
que habían cruzado por su mente, le dejaron un pesar enorme en su
alma.
XIII
Una
semana pasó como un suspiro. Después de tantos días de angustia y
preocupación, Anthony se veía tan recobrado, que su alta del
hospital se acercaba de manera inminente. Al parecer, después de
todos los estudios realizados, los doctores concluyeron que no
había secuelas que pusieran en peligro su vida, que podría irse a
su casa, cuidando, por supuesto, tener reposo suficiente y que no
le provocasen emociones fuertes. Muy temprano, esa mañana de
lunes, su padre llenó las formas que le entregaron en el hospital,
y en cuanto se concluyeron las formalidades, pasó por su hijo a la
que el último mes había sido su habitación.
Anthony se veía animado, salir
del hospital le parecía maravilloso. Contemplaba a través de su
ventana el paisaje nevado, y sólo esperaba llegar a su casa para
recuperar su vida normal, imaginándose una lucha de bolas de nieve
con sus primos, con Candy en su bando, por supuesto. Recordaba que
el año pasado Stear había inventado una máquina para lanzar bolas
de nieve, la cual solamente arrojaba bolas al mismo Stear.
-¿listo Anthony?- preguntó su
padre sacándolo de sus pensamientos.
-Si papá – asintió con una gran
sonrisa
-vamos pues.
Un empleado de confianza de la
casa tomó los objetos personales de Anthony, y caminaba tras
ellos, contento de ver que su joven amo continuaría llenando la
casa de alegría, sin importar que él fuera a veces objeto de sus
bromas, o cargara con sus culpas. Anthony realmente tenía un lugar
especial en el corazón de cada habitante de la mansión, por su
amabilidad y comprensión.
El camino estaba completamente
nevado, hacía frío, e incluso la mansión se veía de un blanco
total, pero se percibía un calor, un ánimo, que solamente el amor
que la llenaba podía explicarlo.
-¡Sorpresa!- gritaron todos en
cuanto Anthony cruzó la puerta. Era la víspera de navidad, así que
había doble razón para celebrar ese día.
-Bienvenido a casa primo- dijo
Archie mientras le daba un caluroso abrazo de bienvenida.
-Que bueno que estás aquí- dijo
Stear, también abrazándolo, con una gran sonrisa en el rostro.
-No lo abracen tan fuerte
–sentenció la tía quitando el gesto de seriedad de su cara, para
dar paso a una voz amable, que solamente para sus sobrinos
consentidos guardaba – no debemos arriesgarnos a que tenga una
recaída.
Anthony se acercó a dar un beso
a la tía, obteniendo una sonrisa de ella.
- ¿Y tú, Candy?- dijo
acercándose a ella – tú… ¿no tienes nada que decirme?
Candy abría su boca sin emitir
sonido. Había ensayado tantas veces frente al espejo, tal como le
aconsejó Archie, pero ahora que le tenía enfrente los nervios
hacían presa de ella, y quedaba completamente muda.
-Mmmm… y veo que no te da tanto
gusto de verme como a los otros- bromeó Anthony fingiéndose
molesto.
-Yo… ¡te equivocas!, yo me
alegro más todavía- y al decir esto, se puso roja de vergüenza,
provocando una carcajada general. Edward Brown la miró con ternura
infinita y plantó un beso en la frente de la chica.
-Pues sí, Anthony- dijo Stear
sin importarle poner en evidencia a la chica – Candy te extrañó
tanto que ella misma ideó hacer tu fiesta de bienvenida y hasta
horneó un pastel con sus propias manos.
-¿En serio?- dijo el rubio
contemplándola con ternura infinita –entonces debemos empezar por
el pastel.
Brindaron y celebraron, dando
gracias por la salud de Anthony. Muy felices hicieron intercambio
de obsequios.
-Gracias a todos- dijo Anthony –
que pena que yo no tengo nada que darles esta noche.
-Claro que si, primo, nos puedes
dar tus ahorros y quedaremos a mando – bromeó Archie.
-Si, claro, como no te los
gastaste ya en los regalos de esta noche – habló stear haciéndose
el disimulado.
-Ah… pónme en evidencia mal
hermano, pero bien que ha gustado tu sweter.
-jajaja… eso sí.
-No te preocupes Anthony- le
dice Candy- el mejor regalo es tenerte entre nosotros esta noche.
-Mírenla- advierte maravillado
Archie- ya habla otra vez, jajaja.
Candy se sonrojó y todos lo
notaron.
-Pero, a todo esto- se le
ocurrió de pronto a Anthony - si es una fiesta, ¿porqué no ha
empezado el baile?
La música comenzó a sonar
proveniente de un moderno tocadiscos. Anthony le solicitó un baile
a Candy, y sus primos no se molestaron, porque preferian mil veces
verla con él, a no tener a su primo.
Candy y Anthony estaban perdidos
en su mundo de sueños, bailando como la primera vez, sin que nada
de su alrededor contara. Candy percibía nuevamente el aroma de su
amada colina de pony, el perfume de Anthony, perdida en sus ojos y
sintiendo su mano ajustada a su juvenil cintura. Y después, se
sintió más pesada, como si estuviera cargando otra persona. Sintió
todo el peso de Anthony sobre ella. Anthony se había desmayado.
XIV
Pero… ¿Qué había sucedido? La
alegría general se convirtió en angustia. De prisa Edward subió a
su hijo a su habitación, mientras el chofer de la casa conducía en
dirección al hospital con la Tía Elroy acompañada de Archie, para
buscar al doctor Roentgen. Salieron rápido, sin saber realmente
que le dirían al médico, pero sentían que no podían perder un solo
segundo de su tiempo.
Encontraron al doctor justo
cuando este salía del hospital, ¡por poco y no lo alcanzan! Pues
el médico ya estaba deteniendo un coche que lo llevara a otro
destino.
-¡Doctor!- gritó Archie bajando
apresuradamente del auto sin esperar a que este detuviera su
marcha, y llegó jadeante a su lado – Es Anthony… no sabemos que le
pasa. Venga con nosotros.
-Claro-responde el médico sin
dudar, para él la vida de un paciente es lo más importante, y eso
ya lo saben en su casa, sin duda comprenderán su retraso.
Suben al automóvil, y en poco
tiempo ya están de vuelta en la mansión. Archie guía al médico a
la habitación de Anthony, y se une al resto de la familia a
esperar el diagnóstico del doctor. Después de lo que parecen
interminables minutos, sale el doctor con expresión adusta,
recriminando con la mirada a cada uno de los presentes.
-Creí que mi primera advertencia
había sido reposo suficiente y nada de emociones fuertes, ¿o no?
-Fue mi culpa – se apresuró
Candy a contestar – yo …
- Silencio Candy – espetó la tía
– no es de una dama hablar cuando no es su turno, ni mentir. Es mi
culpa doctor, por la alegría de ver a mi sobrino, permití esta
fiesta sin considerar los riesgos a su salud.
- Lo que haya sido, es
responsabilidad de toda la familia cuidar su salud. Entiendo que
se alegren, y que es día de fiesta, pero el amor también implica
decir que no cuando es necesario.
-Entonces, ¿cómo está? –preguntó
su padre.
-Bien- dice el médico en medio
de un suspiro – pero les suplico que sigan mis instrucciones y
guarden las fiestas para un mejor momento.
-No volverá a ocurrir, lo
prometo doctor- dijo la señora Elroy, tranquila de saber que
Anthony estaba fuera de peligro.
-Permítame llevarlo doctor – se
ofreció Stear.
El doctor aceptó el
ofrecimiento, y nadie se atrevió a advertirle lo que implicaba
viajar con Stear en un automóvil.
-¿Creen que hicimos lo correcto?
– preguntó Archie al verlos salir – él aceptó inmediatamente venir
temiendo por la salud de Anthony… y nosotros lo hemos dejado ir
con Stear. Creo que su familia se dará cuenta que no apreciamos a
nuestro médico.
-No digas eso Archie, es una
broma de mal gusto- le recriminó la tía, pero con una sonrisa
asomándose a su rostro. La verdad es que si le divirtió la broma
de Archie. Ella conocía muy bien a sus chicos, cualidades y
defectos. Después de todo eran casi sus hijos, tanto tiempo hacía
ya que ella estaba encargada de su cuidado.
-Tía – interrumpió Candy sus
pensamientos - ¿puedo estar junto a Anthony hasta que despierte?
Deseo disculparme con él.
-¿Disculparte de que Candy? – la
interrumpió Edward – nunca debes disculparte por causarle
felicidad a alguien. Es cierto que todos debimos ser más
prudentes, y nos ganó la emoción a la cordura, pero solamente se
vive una vez, y es mejor saber disfrutar esa vida. Así que no te
sientas culpable. No sé a usted, señora Elroy, pero a mí si me
parece bien que mi hijo vea a Candy cuando despierte. Jaja, mi
hijo debe aprender a tolerar la felicidad y la vida.
Entró, pues, Candy a la
habitación de Anthony. Ya la había visto por dentro en días
anteriores, pero nunca como entonces le pareció tan cálida y
acogedora. Pero ella sabía bien que la sola presencia del chico
era la que hacía tan agradable el lugar. Esperó hasta que Anthony
volviera en sí sentada en una butaca junto a la cama. Como extrañó
en este momento una cesta de tejido, un libro, cualquier cosa en
la que pudiese concentrar su atención para no sentir tan largo el
tiempo de espera. Pero al mismo tiempo, sabía que no podría
concentrarse ni apartar la vista de su amado príncipe. Sí, sin
importar quien había sido alguna vez su príncipe, hoy Anthony era
y sería por siempre el príncipe de sus sueños.
Oscurecía cuando por fin Anthony
volvió en sí. Despertó extrañado. Tardó en ubicar que lo último
que ubicaba en sus recuerdos era un baile… “¿cuándo terminó ese
baile, que ahora él estaba acostado en una cama? No cualquier
cama, sino la de habitación en Chicago… antes del hospital él
había estado en Lakewood… los recuerdos se encadenaban uno a otro
hasta explicarle que el baile si era su último recuerdo reciente,
apenas sucedido esa tarde, con…
-¡Candy!- exclamó
sorprendido-¿qué haces aquí?
-Yo… no podría dormir esta noche
sin saber que estas bien.
-Pues ya ves que sí. ¿cuánto
tiempo llevas aquí?
-algunas horas.
-Mira lo que me he perdido,
algunas horas de conversación. Me sorprendes Candy, eres diligente
como una buena enfermera al pendiente de su paciente.
-Mmmm… tal vez algún día lo sea
– dijo ella con una gran sonrisa- ahora me retiro, pues los demás
desean verte, y prometí al doctor no volver a causarte emociones
fuertes. Hasta mañana Anthony.
-Si… hasta mañana Candy.-salió
la chica de su habitación, mientras Anthony piensa que mañana será
un gran día.
XV
Un
nuevo amanecer en la mansión Andley, sorprendió a Edward en la
habitación de su hijo. Pasó la noche en vela junto a su cama, como
hace tantos años no lo hacía. Alguna vez, en la primera infancia
del chico, este había enfermado de varicela y sus padres se
turnaban para velarlo. Ahora volvía a sentir a su hijo pequeño, se
volvía a sentir padre y recordaba por fin lo bien que se sentía al
cumplir su papel.
-Buen día hijo – habló cuando le
vió despertar -¿cómo te sientes hoy?
-Papá… buenos días- dijo
frotándose el rostro- creo que tengo hambre.
-Eso es bueno, ordenaré que te
traigan el desayuno y…
-Papá, quiero bajar a desayunar
con los demás, ¿se puede?
-Claro hijo – sonrió
complaciente- ¿quieres que te mande preparar un baño antes?
-Si, gracias papá.
Sale el señor de la habitación
de su hijo, y una hora después, están todos reunidos en el
comedor, listos para desayunar, cuando Anthony y su padre se
reúnen con ellos. Desayunan todos muy contentos, sintiendo que los
malos momentos ya quedaron atrás, haciendo bromas de cuanto se les
ocurre. La tía trata de controlarlos al principio, pero hoy son
demasiado para ella. Después de todo, son cuatro adolescentes
disfrutando la vida y todo lo que tienen por delante, y dos
adultos complacidos en que así sea.
-Bueno- interrumpe el padre de
Anthony- he estado pensando que me ausentaré de mi trabajo hasta
la primavera, pero no es algo que pueda descuidar mucho tiempo, y
lo sucedido en estos días me ha hecho comprender cuanto mal he
hecho al desentenderme de ti, hijo. Así que estaba pensando en
llevarte conmigo en mis siguientes viajes, ¿qué dices?
-Pero- interrumpe la señora
Elroy- precisamente William y yo estábamos decidiendo que para la
educación de los chicos sería conveniente que empezando el año
fueran a estudiar a Inglaterra.
-¿Tan lejos?- preguntó Archie.
-Pero, ese es un pensamiento
apenas, no una realidad, ¿o si?- cuestionó Anthony a su vez.
-A mí si me gustaría – opinó
Stear- siempre es bueno saber más.
- Antes de hacer ningún otro
plan, tengo que cumplirle una promesa a Candy-dijo Anthony
guiñándole un ojo a la rubia.
-¿Quieres decir que… que irás
conmigo a la colina de Pony? – preguntó sin ocultar la felicidad
que la embargaba.
-Deberías olvidar la colina de
Pony- sentenció la tía- eres una dama ahora.
-No sea tan dura, Elroy, creo
que Candy es una chica agradecida, y ama a quienes la cuidaron la
mayor parte de su vida. Y creo que sería una buena idea, algo como
vacaciones, que le harían bien a todos antes de pensar en hacer
otro cambio en sus vidas.
Ante el alboroto general, y
viendo que no le queda de otra, la tía accede a que el viaje se
realice esa misma semana, pero solamente por unos días. Esa misma
tarde se organizan para viajar en auto al día siguiente.
Candy está llena de emoción,
volverá a ver a sus madres, conocerán a las personas que la han
adoptado y ahora la hacen tan feliz.
Antes de viajar, Archie y Stear
sostienen una discusión, pues Stear quiere probar su nuevo auto en
el viaje, a lo que Archie contesta que quiere un viaje seguro, y
que es preferible que el chofer de la casa los lleve. El padre de
Anthony salva la situación diciendo que con tantas personas que
van, es preferible viajar en dos autos.
Al fin parten y después de
varias horas de camino llegan al hogar de Pony, Candy baja
corriendo sin esperar a que el auto pare totalmente su marcha…
hace tanto tiempo que no va por ahí.
-¡Señorita Pony, hermana María!,
¡he vuelto!
-¿Candy?- pregunta la hermana
María, la primera en salir a recibirla - ¿qué haces aquí?
-Vengo de vacaciones – contestó
muy sonriente- y a presentarles a mi nueva familia.
Después de las presentaciones,
pasaron a la modesta sala del hogar de Pony, donde estuvieron
platicando un largo rato. Como ya estaba oscureciendo, pronto se
fueron a dormir.
A la mañana siguiente, Candy se
despertó muy temprano, y salió un momento de la casa. Estar ahí le
hacía muy bien, era un lugar al que le tenía mucho cariño, pero
ahora, compartirlo con Anthony, lo convertía en un lugar mágico.
-Candy- interrumpió de pronto
Anthony - ¿qué haces despierta tan temprano?
-Yo… disfrutando la mañana. ¿y
tú?
- No pude dormir, creo que
estuve demasiado tiempo en cama y no me quiero perder mi vida.
Aprovechando que todos duermen, te importaría mostrarme de una vez
la colina?
-¡Si! Vamos ya mismo.
Y empiezan a caminar, felices.
Candy cuenta mil anécdotas a cada paso que da, y Anthony la mira
maravillado, sonriente, sin pensar en ninguna pena. Estaban juntos
ahora y eso era lo que importaba, y por lo que se veía, así podría
ser para siempre.
Llegan a la cima de la colina y
se sientan un rato a disfrutar de la brisa matutina.
-Anthony – continuaba diciendo
Candy- yo he crecido aquí, me hice mayor contemplando esta colina,
ya no me interesa hallar al principe de la colina, porque en mi
mente y mi corazón mi príncipe siempre serás tú.
-Pues entonces, tú serás mi
princesa de la colina.
-jajaja… ¡venga! Una carrera
hasta la casa de Pony.
-Corramos juntos.
-Si, siempre juntos, amado
Anthony.
FIN
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