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Amado Anthony

Amado Anthony 

por Perla Gutiérrez.




I
 
 
 
Candy despertó poco a poco, y luego se sobresaltó. Sólo deseaba ver a Anthony. Sentada en su cama, recordó ver al rubio caer del caballo, correr a su lado, y después… su mente estaba en blanco después de eso.
 
-¿Cómo llegué aquí?- se preguntó en voz alta.
-¿Estás bien?- escuchó la voz de Stear.
-Yo… ¿cómo está Anthony?
-No lo sabemos Candy- terció la voz de Archie- lo recogieron inconsciente y lo llevaron de emergencia a Chicago. Parece que al caer del caballo su cabeza golpeó con una piedra. Según el doctor que lo vio aquí, se dio un golpe mortal, perdió mucha sangre, pero, por alguna razón, sigue vivo, y harán todo lo posible por él.
-Pero… ¿cómo sabremos…?
-Sólo nos resta esperar. ¿tú como te sientes Candy?- preguntó nuevamente Stear.
-Mejor chicos, gracias.
-Porque la tía Elroy se ha ido a Chicago, así que por lo pronto estás libre se tus lecciones.
 
La mente de Candy voló a Chicago, con Anthony, pobre, ¿cómo estaría? Sentía tanto miedo por él, sentía que su vida se iría con Anthony si en algún momento él llegara a faltar. Recordaba la última promesa de él de ir con ella a la colina de Pony, y su alma sintió un profundo deseo de ir a aquél amado lugar. Pero en este momento no era posible, ella ahora era miembro de la respetable familia Andley, y pensar en solicitar unas vacaciones a la familia justo en ese momento, realmente resultaría una imprudencia.

La puerta se abrió de golpe interrumpiendo sus cavilaciones.
 
-¡Maldita!- gritó furiosa Elisa- ¿Porqué no moriste tú en lugar de Anthony?
-Yo… ¿qué quieres decir?- Candy no alcanzaba a comprender, ¿acaso Anthony había muerto y los chicos se lo ocultaban?
-¡Elisa!- recriminó Archie- lo de Anthony fue un accidente, lo sabes.
-Y además- continuó Stear- no ha muerto, los médicos se esfuerzan en salvarle la vida.
-¡Pero morirá, y toda la culpa será de esta maldita huérfana!- gritaba Elisa al tiempo que gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
 
Candy no contestó. No es que no quisiera o no pudiera defenderse. Es que entendía que Elisa amaba a Anthony, y que no encontraba otra forma para expresar su dolor. Candy era consciente de que desde el primer momento que Anthony se fijó en ella, se había ganado una verdadera enemiga en Elisa.
 
-“Si Anthony la amara a ella” pensaba “pero siguiera vivo, tal vez no me importaría, con tal de saber que está bien”.
 
Pasaron más de dos semanas antes de que llegara una noticia de Chicago. Anthony seguía vivo, aunque no recuperaba la conciencia, el diagnóstico del médico resultaba cada vez más alentador. La tía Elroy aún no regresaba a Lakewood, y como pronto comenzaría el invierno, decidió que lo mejor para la familia y la salud de Anthony sería trasladar a todos nuevamente a la ciudad.
 
Candy estaba algo nerviosa, pues nunca había vivido en Chicago, y había escuchado que el ritmo de las ciudades es distinto a lo que ella acostumbraba, pero Archie y Stear la tranquilizaron lo mejor que pudieron, diciéndole que estarían todo el tiempo con ella, pero sobre todo, que podría visitar a Anthony en el hospital, y que no habría impedimento para hacerlo a diario, ya que era familiar.
 
Si Candy hubiera sabido en ese momento quien más se les había adelantado en el viaje a Chicago, no habría sido tan fácil calmarla antes de la realización del mismo.


II


Una fuerte brisa movía los árboles, desprendiendo con fuerza sus hojas secas, seña inequívoca de la proximidad del invierno. Stear despertó de un breve sueño, y su primera imagen fue el dulce rostro de Candy reflejado en la ventanilla del tren. La contempló embelesado, y por un momento cruzó en su mente una idea “si Anthony muere… pero, ¿qué estoy pensando?” se recriminó a sí mismo, “mi primo debe vivir, y hacer feliz a Candy, con eso, seremos felices nosotros también”; pensando en esto último, dirigió la vista a su lado derecho, donde Archie, su hermano, contemplaba a Candy de tal manera, que al cruzar sus ojos, ambos sin hablar, sabían que el otro pensaba exactamente lo mismo.
 
Candy no se dio cuenta de ese intercambio de miradas, ni percibió nada extraño en el ambiente. Su único pensamiento en ese momento era Anthony. El frío casi invernal que se adivinaba en el exterior, Candy en ese mismo momento lo padecía en su alma. De pronto volvió su rostro para verlos, y sonrió dulce, tristemente. “No sólo yo sufro, ellos también aman a Anthony”.
 
-De haber sabido que el viaje era tan largo a Chicago, habría robado algo de la cocina- dijo ella tratando de aligerar el ambiente.
-Ah, pero Candy- añadió Archie con una deliciosa sonrisa- yo si lo sabía- dijo al tiempo que sacaba un pequeño bulto de debajo de su asiento- sólo esperaba el momento oportuno.
-¡Bien!- celebró ella mientras ansiosa esperaba a que Archie acabara de abrir su envoltorio.
-¡Que bueno es no viajar con la tía abuela!- festejó Stear. Archie y Candy rieron junto con él, saboreando los pastelillos de crema favoritos de Archie que había conseguido antes de salir de casa en complicidad con una de las asistentes domésticas.
-Oye Candy- bromeó Archie- ¿ya pensaste con quién compartirás tu habitación?
-¿Mi habitación?
-Es cierto- agregó Stear- en Chicago todas las habitaciones de la mansión están ocupadas, y deberás compartirla con uno de nosotros…
Candy se sonrojó… o con la tía Elroy
 
Ahora la chica se preocupó. Ellos rompieron en carcajadas.
 
-¡Pero que malos son! ¿Todo era broma?
-Sí, jeje, y debiste ver tu cara Candy, que, ¿tanto así te desagradamos?- dijo Archie con un fingido mohín.
-Bueno, no es disgusto precisamente, pero, de escoger, yo prefiero la habitación que Anthony no puede usar en este momento- dijo guiñándoles el ojo, con lo que los chicos entendieron que en el corazón de Candy nunca podrían competir con su primo.
-Ok, Candy, pero no pudiste creer que en la principal residencia de los Andley no hay habitaciones, si hasta los Leegan se quedan en esa casa cuando nos visitan.
-¡Los Leegan!- un escalofrío recorrió a Candy, al pensar que Elisa no se había vuelto a parar en la mansión de Lakewood en los últimos quince días. Seguramente ya estaba en Chicago, y seguramente, tendría más de un enfrentamiento con ella.


III

-¿Qué tal estuvo su viaje?- preguntaba George al tiempo que terminaban de acomodarse en el interior del auto. No se preocuparon por el equipaje, puesto que la mudanza a Chicago, al tener carácter de indefinida, la efectuaban con la mayoría de la servidumbre, y eran estos los encargados de llevar el equipaje de los chicos.
-Tranquilo-contestó Archie.
-Algo frío- opinó Stear.
Curiosamente, Candy venía muy callada, algo realmente inusual en ella.
-¿Qué pasa Candy?- preguntó Archie- estás muy callada.
-George…- dijo ella por fin- ¿tienes mucho aquí en Chicago?
-Desde el traslado de Anthony, señorita.
-Y el tío William, ¿también está aquí?
-No señorita, él está en este momento atendiendo negocios en New York.
-Entiendo- contestó con un dejo de tristeza y decepción en su voz- es sólo que hace varios meses que me adoptó, y aún no lo conozco.
-Eh, Candy- dijo Stear con ánimo de distraerla- te mostraré mi laboratorio, que es más grande que el de Lakewood, y no sabes las cosas maravillosas que me he inventado acá.
-Noooo- dijo Archie con verdadera angustia- Candy, créeme cuando te digo, en este laboratorio, Stear es verdaderamente peligroso.
-¡Pero que dices Archie! Como siempre, de aguafiestas no hagas caso Candy, verás lo bien que la pasaremos probando mis inventos… aunque si me falta mejorarles algunas cosas.
 
Esto lo dijo con una gran sonrisa, que lejos de tranquilizar, inquietó más a la chica. En ese momento llegaron a la residencia. Cierto que era un lugar majestuoso, pero no contaba con un portal de rosas adornando la entrada principal, como sucedía en Lakewood, y esto a Candy le pareció completamente insípido. La verdad era que el jardín de rosas la hacía sentir mas cercana a Anthony.
 
“Anthony” pensó “que bueno que ya estamos aquí, porque, verdaderamente, necesito verte”.
 
El automóvil se detuvo frente a la puerta principal de la residencia, y George abrió la puerta trasera del auto, para que los chicos bajaron. Archie, muy galante, ofreció su brazo para que bajara Candy.
 
Una cortina se cerró con fuerza en el segundo piso de la mansión, sin que nadie del exterior reparara en ello.
 
-¡No es justo!¡Nada justo, tía!-volvió la chica el rostro hacia la señora que en ese momento escribía una carta -¿qué tiene que hacer esa huérfana aquí? ¿si ella es la culpable de que Anthony esté inconsciente!
-Elisa, modera tus palabras, sabes bien que Candy es un miembro de nuestra familia, y hasta el momento, se ha empeñado en aprender a comportarse como tal.
-Pero… ¡recuerda que es una ladrona!
- En mi casa no se ha perdido nada.
-¿No? ¿Y Anthony? ¿Qué no morirá por su culpa?
- ¡Cállate niña, por Dios! ¡Anthony no ha muerto, y no morirá! Está en manos de los mejores médicos, y, cada vez, dan más esperanzas de recuperación.
 
La señora no pudo seguir hablando, un grueso nudo cerraba su garganta. La verdad es que Anthony era su favorito, y aunque, recién ocurrido el accidente que casi le costaba la vida, sintió un gran coraje contra Candy, pues la cacería había sido organizada en honor a ella, luego comprendió que sólo se había tratado de un accidente, donde el único culpable sería el destino, y contra eso no se puede luchar.
 
Elisa, sin embargo, no pensaba del mismo modo; odiaba la abierta predilección que Anthony siempre había manifestado por Candy, odiaba que vivieran en la misma casa, odiaba que, aún cuando Candy no llegara a sus vidas, él no la miraba con ningún tipo de interés. No odiaba que Candy le hubiese robado a Anthony, más bien, que nunca hubiera sido suyo. Pero a Candy la odiaba por méritos propios, y el que esa sirvienta venida a mas fuera más poderosa que ella, que socialmente estuviera más encumbrada, había terminado de envenenar a Elisa, y a pesar de tener sólo trece años, ya se había fijado un propósito en la vida: quitar de en medio a Candy.
 
En ese momento, alguien llamó a la puerta del salón.
 
-Entre- dijo sin más la señora Elroy.
-Señora, ya están aquí el joven Archibald, el joven Alistear y la señorita Candice- anunció el ama de llaves.
-Muy bien, que los lleven a sus habitaciones, y les avisen que en una hora los espero en el comedor, ahí los pondré al tanto de todo. Antes de que te retires, ve que esta carta sea puesta en el correo.
-¿Es para el padre de Anthony?- dijo Isabel, quien llevaba más de treinta años al servicio de la señora Elroy, y era la única que podía preguntarle cosas personales sin ser calificada de entrometida.
-Así es. Creo que él debería estar junto a su hijo en estos momentos, es lo mejor. Por sus frecuentes viajes ha estado ausente demasiado tiempo, pero ahora que no falta mucho para el invierno, volverá a América.

IV

 
 
-Candy, nunca te había visto tan callada, ¿sucede algo malo? –preguntó Dorothy al terminarla de peinar.
-Aún no he visto a Anthony. Caer del caballo es la última imagen que tengo de él.
-Se paciente, en unos momentos bajarás al comedor, y te enterarás de toda su situación. Ten fe que todo saldrá bien.
-Si, ya quisiera bajar, ¿estoy lista?
-Como estás tan callada, y tan quieta, quedaste lista antes de lo esperado.
-Ja, ja, ahora fui una buena niña.
-¡Esa es la Candy que yo conozco! Sigue así, alegre y optimista, todos lo necesitan, no solo tú.
-Cierto, por Stear, por Archie, y por Anthony. Gracias Dorothy.
Alguien llamó suavemente a la puerta, Dorothy abrió para dar paso a Stear, quien venía por Candy para acompañarla al comedor. La vio muy hermosa, sobretodo por su gran sonrisa. Y en eso llegó Archie.
-Candy, ya estás… ¡Stear!
-Calma, calma, no vamos a pelear otra vez, ¿cierto?
-No, tienes razón, habíamos acordado no pelear. Ven Candy, te guiaremos los dos al comedor.
-Gracias chicos, pero no tenían que molestarse.
-NO es molestia, ya lo sabes, además, sabes que no conoces el comedor, y no queremos que te pierdas- añadió Archie.
-Cierto, no había pensado en eso.
 
Y después de ese comentario de Candy, los tres rompieron en carcajadas.
 
Bajaron al comedor y ocuparon sus lugares de costumbre, esperando que la señora Elroy se uniera a ellos.
 
-¡Pero hasta cuando tendremos que soportarte en esta familia! ¿No has hecho suficiente daño? – gritó fúrica Elisa entrando al comedor.
-¡Elisa!¡Deja en paz a Candy! – dijo Archie visiblemente molesto.
- Y claro, me lo tienes que decir tú, porque ésta no se va a defender, pues sabe que lo que digo es cierto- contestó Elisa sin amedrentarse.
-Es por no rebajarse a tu nivel – intervino Stear rápidamente.
-¡Maldita!¡Dame tú la cara! ¿Qué hechizo les has puesto?- gritó, casi llorando de rabia. Candy estaba aturdida, y no acertaba a articular palabra.- ya estarás contenta con todos de tu parte ¡todos, lo suficientemente estúpidos para no darse cuenta que tu intención es eliminarlos uno a uno y quedarte con todo!
-Es suficiente- se escuchó secamente la voz de la tía abuela entrando en ese momento al comedor- Elisa, si deseas comer en nuestra mesa, modera tus palabras.
-Pero tía… ¿cómo permite que…
-No eres nadie para cuestionar porqué en esta casa se siguen, primero, las normas de William, y después las mías. Si no puedes entender eso, tal vez sea mejor que no estés aquí.
 
El ambiente se sentía realmente tenso. Todos los chicos estaban sorprendidos. Elisa no entendía porqué, después de tanto esmerarse en ser la favorita de la tía, ahora ella parecía preferir a Candy. Archie y Stear estaban perplejos, pues realmente no esperaban una reacción así de la matriarca de la casa. Candy se sentía abrumada, y solo acertó a darse cuenta de que, a partir de ese momento, Elisa la odiaría más que nunca.
 
La señora Elroy estaba consciente de lo que podrían estar pensando todos con su forma de reaccionar, pero no tenía porque darles explicaciones. En estos momentos, ella sólo sabía que habían estado a punto de perder a Anthony, y que aún ahora existía un peligro sobre la salud de su más amado sobrino; así que tenían que estar unidos como familia, y ayudarse unos a otros. Y por supuesto, sabía que eso incluía a Candy, a quien, si bien en un principio no aceptó como parte de la familia, en esos meses de convivencia le había tomado cariño; y aunque no hubiera sido así, ella reconocía el amor que florecía en los corazones de Anthony y Candy, y creía que la presencia de ella era vital para la recuperación del muchacho. Así pues, siguió diciendo:
 
-Si no tienes otra cosa que decir, toma asiento, que deseo hablar con todos ustedes sobre la salud de Anthony.
 
Elisa dudó entre irse, cediendo el lugar que ella creía merecer por derecho, nombre, familia y antigüedad, o quedarse, tragándose su orgullo, y la humillación que acababa de sufrir. Al final, optó por quedarse, pensando en que vigilaría a Candy, hasta que esta diera un paso en falso, y ella estaría ahí para recuperar su lugar.
 
Continuará…

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