Te veo
con el corazón.
Por Valky Isarose
“Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para
los ojos.”
Antoine de Saint-Exupèry.
1900-1944. Escritor francés.
CAPITULO 10
El amor brilla más en la oscuridad
–No llores Candy, te amo tanto que estoy dispuesto a dejarte ir
para que seas feliz—dijo tiernamente Anthony mientras acariciaba
los rizos de su amada.
La lluvia se hizo presente nuevamente. Luego de un largo rato de
estar abrazados, Candy pudo calmarse y se separó un poco para
poder acariciar el rostro de Anthony.
–Anthony, si estoy aquí es porque te amo.
–¡Candy!—exclamó Anthony gratamente sorprendido –Pero yo
escuché…–
–Sí, le dije a Terry que lo quiero pero que a ti te amo. A él
tal vez llegué a amarlo pero ahora que lo vi de nuevo me di
cuenta que ya sólo lo quiero como amigo. Por eso cuando supe que
habías escuchado, temí que me rechazaras al creer que te estaba
engañando… ¡Anthony, a quién realmente amo y siempre amaré es a
ti!
–Candy…Me has devuelto la vida en este momento—dijo el joven
Brown conmovido.
–¡Anthony te amo! ¡TE AMO!
–¡Mi dulce Candy! ¡Mi amor!
Se levantaron, se volvieron a abrazar, ambos lloraban pero era
un llanto dulce, producto del gran amor que sentían y que sabían
era plenamente correspondido. Anthony la comenzó a besar
suavemente por todo el rostro, ella atrapó sus labios en un beso
tierno y profundo. Seguía cayendo una lluvia fina que apenas se
sentía, el sol comenzó a salir de entre las nubes. Ahora estaba
lloviendo con sol. Un hermoso fenómeno de la naturaleza. Candy
se percató al terminar el beso y abrir los ojos. Comenzaron a
caminar tomados de la mano.
–Anthony, llueve pero hay sol… ¿lo sientes? Es como la bendición
de Dios a nuestro amor —comentó Candy emocionada.
–Sí, lo siento…Candy… alcanzo a ver un poco de luz.
–¡Oh, Anthony! ¡Eso quiere decir que estás recuperando la vista!
–Bueno, no sé, pero si es una mejoría. Mañana iré a consulta.
–Y yo contigo, ni creas que te vas a librar de mí, ahora me
tendrás pegada a ti noche y día—le dijo ella tomándolo del
brazo.
–¿De noche también?—preguntó con picardía el joven.
–¡Anthony!… ¡Achuuu! —Candy estornudó antes de poder contestar
algo.
–¿Tienes frío? Ven—dijo Anthony, con ternura posó el brazo sobre
los hombros de Candy para abrazarla mientras caminaban, ella lo
abrazó por la cintura, a través de la tela mojada de la camisa
pudo percibir la cálida piel de su amado y comenzó a sentir
mariposillas en el estómago.
–¡Ah, Anthony!—suspiró la rubia.
–¿Mejor?—preguntó él sonriendo.
–Sí—contestó ella igualmente sonriente.
La lluvia cesó y un gran arco iris apareció llenando el cielo
con sus bellos colores. Candy se lo describió a Anthony. Luego
caminaron largo rato sin hablar, con sentirse cerca era
suficiente. Llegaron al jardín de las rosas cuando empezaba a
oscurecer, Albert y George ya habían regresado, así que
esperaban junto con Terry y Dorothy a las puertas de la mansión.
–¡Candy, Anthony!—exclamó la muchacha del servicio cuando
llegaron hasta ellos.
– ¡Pero miren como vienen!—les dijo Albert, preocupado al verlos
empapados y con el lodo hasta las rodillas.
–Discúlpame tío, no quise tal alboroto, sólo salí un rato a
caminar.
–¡Albert, George! ¿Cómo regresaron tan rápido, si ustedes iban
más lejos?—inquirió la pecosa intrigada.
–Pues porque fuimos a caballo y con impermeable, nada más tú
saliste corriendo como loquita. Ni un paraguas llevaste.
–Sí, verdad. ¡Qué tonta!—Candy se dio una palmada en la cabeza y
sacó la lengua al notar su olvido. Esto provocó la risa de
Albert y George.
–¡Qué gusto verlos bien!—dijo este último con alivio.
–Gracias, George—contestó Anthony.
Terry observaba todo en silencio, desde que los vio llegar
abrazados y sonriendo supo que había perdido. No, la había
perdido desde hace mucho, desde ese día que decidió hacer caso a
la razón y no al corazón. Nunca había visto a Candy tan
radiante. Se veía tan hermosa a pesar de sus ropas llenas de
lodo y el cabello cayendo desordenadamente sobre los hombros. No
soltaba la mano de Anthony mientras hablaban con los demás, él
también lucía tan feliz. No podía soportar más, así que se
dirigió a Albert mientras se encaminaba a la salida.
–Albert, me tengo que ir es un camino largo de regreso.
–Te acompaño—dijo el patriarca de los Andley, sabía que en ese
momento su amigo lo necesitaba. Iban llegando a la puerta cuando
una voz los detuvo.
–Terruce, Terruce Grandchester…Le deseo tenga buen viaje—dijo
sinceramente el joven Brown.
–Anthony, cuídela mucho por favor—Le pidió Terry volteando por
unos instantes a mirarlos.
–Lo haré—fue la respuesta de Anthony.
–Adiós Candy—se despidió para siempre de su “tarzàn pecosa”.
–Adiós Terry—contestó ella.
Albert y Terry salieron de la casa…
–Hasta luego amigo, cuando vaya por Nueva York te visitaré para
irnos de parrada ¿eh?—lo animó Albert dándole una palmada en el
hombro.
–Jaja ¡Qué conste Sir William!
No me vayas a salir con que tu tía no te deja—ambos rieron.
Terry subió a su coche y partió. Ya las primeras estrellas
aparecían en el cielo nocturno. Ahora sabía que, aunque no podía
tener a Candy a su lado, tampoco podía seguir con Susana. No era
justo para ninguno de los dos. Tenía que buscar su propia
felicidad y dejar que Susana encontrara a alguien más que si la
amara. Una lagrimilla traicionera resbaló por su faz al dar una
última mirada hacia la casa donde dejaba al amor de su vida.
Mientras tanto en la mansión todo era alegría…
–Señor Anthony, señorita Candy. El baño está listo, imaginé que
llegarían en ese estado, así que me adelante.
–Gracias Dorothy y llámame Candy solamente—
–Y a mí no me digas Señor, ¡me haces sentir viejito como mi
tío!—bromeó Anthony.
–¡Anthony!—reprendió Albert siguiendo la broma.
–¡Te escuchaste como la tía abuela!—señaló Candy.
Todos rieron a carcajadas, hasta George que siempre era tan
serio.
–Bueno, chicos… ¡A bañarse que buena falta les hace! George y yo
revisaremos unas cosas del trabajo mientras bajan. —comentó
Albert aun sonriendo.
–Yo voy a calentar la cena, con permiso—dijo Dorothy.
Anthony y Candy subieron hasta el pasillo donde se encontraban
sus respectivas habitaciones. Anthony se detuvo ante su puerta.
–En un rato estoy listo, no tardo—dijo Anthony antes de entrar.
–Sí, yo también—comentó Candy caminando lentamente hacia su
recamara. No podía despegar sus ojos de él. Se veía tan
atractivo con el cabello mojado.
–OK.
–Anthony…–dijo la muchacha deteniéndose y regresando
rápidamente.
–¿Sí?—preguntó él, dedicándole una sonrisa.
Candy no contestó, lo empujó hacia la penumbra de la habitación
y cerró la puerta.
–Te amo—fue lo único que dijo antes de besarlo.
–Candy…–susurró él, al sentir que le desabotonaba la camisa.
–¡Shh, no digas nada, sólo bésame!—dijo ella entre suspiros al
sentir que los labios de él empezaban a recorrer su cuello.
Las caricias fueron aumentando de intensidad, la camisa de
Anthony yacía en el suelo y el vestido de candy ya estaba casi
totalmente desabrochado. De pronto, el joven Brown se detuvo.
–Espera Candy, esto no está bien, es lo que más deseo pero no
así—la apartó con suavidad.
–Oh Anthony, tienes razón, no sé qué me pasó…
Ambos tenían un intenso color en sus mejillas y un brillo sin
igual en la mirada.
–No te preocupes, fue mi culpa también. No debí dejarme llevar
por mis instintos, no hiciste nada malo. Ya llegará el momento
para amarnos sin reservas pero aún hay que esperar— dijo Anthony
mientras buscaba algo en el cajón del buró de su cama–- ¡Aquí
está! ¡Mira Candy!—exclamó extendiendo su mano. La luz que
entraba por la ventana hizo brillar el objeto que sostenía en su
palma.
–¡Oh, mi amor! ¡La moneda!—dijo Candy muy emocionada tomándola
con su mano.
–Sí, dijimos que la guardaríamos como recuerdo de ese día que
nos escapamos juntos al pueblo—
–Sí, ¡fue uno de los días más felices de mi vida! Aún conservo
la mía. —dijo ella, sacándola de una pequeña bolsita oculta
entre sus ropas. Luego puso ambas monedas en la mano de Anthony.
–¡Oh Candy, no lo olvidaste, no me olvidaste!
–No, siempre la traigo conmigo porque me recuerda a ti.
Se besaron con ternura tomados de las manos con sus monedas en
ellas.
–Ahora vete ya que Dorothy no tarda en ir a tu habitación—le
recordó Anthony entregándole una de las monedas.
–¡Cierto! Si me encuentra aquí no sé qué vaya a pensar.
–Que nos amamos nada más.
–¡Ay, Anthony! No sigas que luego no me voy—dijo Candy
pícaramente antes de salir corriendo y Anthony río.
…
El día siguiente en el mejor hospital de Chicago, Albert, Candy
y Anthony esperaban el diagnóstico del oftalmólogo…Luego de un
par de horas, la enfermera los hizo pasar al consultorio.
–Bien, señor Brower, luego de revisar los estudios que acabo de
realizar y de examinar sus ojos. Puedo decirle que la
inflamación a la que tanto temíamos y que no nos dejaba ir más
adelante, ya cedió es por eso que ha empezado a ver luces y
objetos opacos.
–Eso es bueno, ¿no doctor?— preguntó Albert.
–Seré muy sincero con ustedes, a estas alturas el señor Brown ya
debería estar viendo totalmente, lo cual confirmó un daño de
retina en ambos ojos. Por eso fue que ordené estudios más
minuciosos y los hice esperar tanto. La alternativa en este caso
es una operación…Pero debido a que el daño es demasiado y al
tiempo que ha pasado existe un alto porcentaje que no recupere
más visión de la que ya tiene. Una operación siempre es riesgosa
así que la decisión es suya.
–No importa, quiero intentarlo—dijo Anthony seguro.
–¿Cuándo puede operarlo doctor?—inquirió Candy.
–Aquí no puedo, así que tendríamos que viajar a Canadá a la
clínica de un colega mío, donde cuenta con lo necesario para una
intervención de este tipo .
–Arregle todo doctor, que sea lo más pronto posible—solicitó
Albert.
…
Así fue como los tres Albert, Anthony y Candy viajaron hasta
Canadá para la operación de Anthony. Ahí ya se encontraba el
padre de él.
–Anthony, pase lo que pase, voy a estar a tu lado—le dijo la
chica tomando su mano.
–Lo sé, Candy, lo sé—declaró Anthony tranquilo.
–Animo sobrino, todo va a salir bien—le dijo Albert.
–Aquí estamos, hijo –dijo el señor Brown.
–Gracias papá, gracias tío, gracias Candy, los quiero.
En ese momento llegó el doctor para llevarse a Anthony al
quirófano. Pasaron cerca de seis horas cuando por fin salió el
médico a dar noticias.
–La operación fue un éxito, ahora sólo nos queda esperar para
saber los resultados.
–¿Cuánto tiempo doctor?—preguntó Candy.
–En un mes podremos quitar los parches, por lo pronto Anthony
tiene que estar en absoluto reposo, nada de levantarse de la
cama.
Así pasaron los días y todo parecía marchar bien cuando llegó
una carta para Candy. Le avisaban que la señorita Pony estaba
muy grave y necesitaba verla.
–¿Qué pasa Candy?—preguntó Anthony al no escucharla charlar sin
parar como acostumbraba.
–Anthony, tengo que ir al Hogar, la señorita Pony está muy
enferma—
–¡Ay, Candy! No te preocupes por mí, ve a verla, yo voy a estar
bien, mi padre estará al pendiente. Sé que Albert también
necesita regresar a sus asuntos, así que vayan tranquilos.
–Pero Anthony…
–Nada de peros, tienes que ir a ver a tu madre y no quiero que
regreses sola, así que llévate a Albert.
Anthony tenía razón la señorita Pony era su madre y Candy tenía
que ir a su lado. Albert y Candy regresaron a Lakewood y al
Hogar de Pony respectivamente. Los días pasaron rápidamente, ya
había pasado un poco más de un mes de la operación de Anthony.
El seguía en reposo así que no podía viajar aun, pero la carta
más reciente que mandara su padre, el señor Brown, a Albert
anunciaba que ya casi llegaba el día de quitar las gasas a
Anthony y pronto podría regresar a casa.
Mientras tanto, la señorita Ponny iba mejorando poco a poco, ya
podía salir a caminar un rato en compañía de Candy.
–Candy, te noto triste.
–Es que extraño a Anthony…Pero su padre escribió diciendo que
pronto volverá.
–Claro, pronto todo estará bien, no te preocupes.
–Espero verlo antes de mi cumpleaños.
Pero los días pasaron y no había noticias de Anthony, ahora
además de triste Candy lucía preocupada. ¿Y si Anthony decidía
alejarse de ella al no poder ver?… ¿y si ya veía y se daba
cuenta que un rico heredero como él, podía tener una mujer mucho
mejor que ella?
–¡Candy! Deja de pensar tonterías, Anthony te ama—se dijo en voz
alta.
–Si, no deberías preocuparte, él te ama y pronto volverá.
–¡Albert!
–Hola, vine a felicitarte por tu cumpleaños.
–Oh Albert, esta vez no preparé nada, no estaba de humor.
–No te preocupes, para eso estamos los amigos—dijo Archie que
venía llegando acompañado de Annie y Patty.
–Trajimos el pastel y dulces para los niños.
–¡Patty! Hace tanto que no te veía. ¿Qué has hecho?
–Pues seguir acompañando a mi abuela en sus locuras, por cierto
te manda saludos.
También llegaron Tom y su esposa Dayana.
–Hola, Candy. Te trajimos un rico guisado.
La Señorita Ponny ya casi totalmente recuperada y la hermana
María salieron a recibir a las visitas. Pronto todos se
organizaron y sacaron una mesa al patio, igual que el año
anterior. Mientras Annie y Patty habían ayudado a Candy a
arreglarse. Le habían traído un hermoso vestido blanco con cinta
azul en las mangas y la orilla de la falda. Así que Candy se lo
puso debido a su insistencia y dejo que la maquillaran dejando
su cabello suelto, sólo lo adornaron con una cinta del mismo
color de las que adornaban el vestido.
–¡Felicidades, Candy!—exclamaron todos al verla salir.
–Gracias, gracias a todos—dijo conmovida.
Ahí estaban todas las personas que más quería con excepción del
hombre que más amaba. Estaba a punto de echarse a correr dentro
de la casa para que no la vieran llorar cuando escuchó una voz
que la llamaba desde la Colina de Ponny.
–¡CANDY!
¡Era él, había regresado! Candy ya no pudo más y echó a correr
colina arriba.
–¡ANTHONY!
Ahí la esperaba de pie bajo la sombra del padre árbol, iba
vestido con pantalón azul y camisa blanca. Llevaba en una mano
un ramo de rosas “Dulce Candy” y en la otra el blanco bastón que
siempre lo acompañaba. Ambas cosas cayeron al pasto pues Candy
se lanzó a sus brazos y él la levantó en ellos feliz. Luego la
bajó y le dio un dulce beso en los labios.
–¡Estás hermosa!—dijo Anthony acariciando su rostro.
–¡Anthony! Tú…
–Pues sí, tienes más pequitas pero eso te hace muy bella.
Candy comenzó a llorar…
–Anthony…Me estás viendo.
–Llorona, sabes que eres más linda si ríes— dijo secando las
lágrimas con suaves besos en las mejillas.
–Pero ¿y el bastón?—preguntó ella.
–Ah, eso…La costumbre ya sabes—bromeó Anthony—La verdad te
quería dar la sorpresa.
–¡Y vaya que me la diste!
–¡Ah, y eso no es todo!—dijo él levantando las rosas.
–Toma, tu regalo de cumpleaños.
El ramo de rosas estaba atado con una cita azul, en una de las
puntas, Candy vio que algo brillaba al sol. Era un anillo de oro
blanco con un hermoso zafiro.
–¿Te quieres casar conmigo?—le dijo Anthony colocándole el
anillo en el dedo medio de la mano izquierda.
–¡SI, SI QUIERO!—contestó ella más feliz que nunca.
Anthony la atrajo hacia sí y sellaron su compromiso con un largo
beso lleno de amor.
FIN
“Las
mejores y más bellas cosas en el mundo no pueden verse, ni
siquiera tocarse. Ellas deben sentirse con el corazón.”
Helen Keller.
1880-1968. Autora, activista y oradora
estadounidense sorda y ciega.
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