Te veo
con el corazón.
Por Valky Isarose
“Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para
los ojos.”
Antoine de Saint-Exupèry.
1900-1944. Escritor francés.
CAPITULO 9
Lágrimas en la lluvia
–Tengo que ir a buscarla, no puede cometer el mismo error que
yo. Seguro que ella no lo ama y sólo está con él por lástima o
culpa— pensó Terry.
Así pasó largo rato sumido en sus pensamientos hasta que escuchó
que llamaban a la puerta. Eran Susana y su madre que iban a
visitarlo. Susana ya usaba una prótesis y se ayudaba de un
bastón para caminar.
–Adelante—las invitó a pasar tratando de disimular su malestar.
–Hola, querido—saludó Susana dándole un beso en la mejilla.
–¿Cómo está señor Grandchester?—dijo la madre de Susana
fríamente.
–Bien—contestó secamente el joven actor. Hubiera querido gritar,
correrlas de su casa pero no podía.
–¿Ya leíste la noticia?—preguntó Susana al ver el periódico en
el suelo.
–Sí—fue la única respuesta de Terry.
–¡Me da tanto gusto por Candy!—comentó Susana—estaba segura que
una persona tan buena como ella pronto encontraría la felicidad.
Se lo merece.
Terry ya no sabía si era sincera o sólo una gran actriz.
–¡Sí, ahora ya todos somos felices!—dijo con un dejo de sarcasmo
pero evitando decir algo que delatará sus planes—Las invito a
celebrar que me dieron el papel principal en la próxima obra.
–¡Qué bien! Precisamente a eso veníamos, a preguntarle cómo le
había ido en el casting. —declaró la mujer mayor.
–Bueno, es hora de irnos… ¿Qué les gustaría comer?—preguntó
Terry al escoltarlas a la puerta.
…
Mientras tanto en Lakewood, Albert, Candy y Anthony charlaban
animadamente. Tras haber disfrutado de una deliciosa comida
ahora estaban tomando algo de té con galletas que Candy había
horneado.
–¡Te quedaron deliciosas!—exclamó Anthony al probar una pastita.
–Las hice especialmente para ti…Bueno para ustedes jiji—comentó
Candy al ver la miradita traviesa que le lanzó Albert.
–Mm, creo que ustedes dos tienen algo que decirme, ¿o prefieren
que me entere por los periódicos? –les reprochó.
–¿A qué te refieres, tío?—preguntó Anthony.
–Sí, Albert, ¿qué pasa? ¿Qué leíste en el periódico?—agregó
Candy.
–¿Pues qué más van a decir? ¡Qué ustedes se van a casar y yo ni
enterado!—comentó el patriarca de los Andley con fingido enojo.
Candy se sonrojó y Anthony casi se atraganta con una galleta.
–¡Cof, cof!...Bueno, tío…Tanto como casarnos, digo, aún no hemos
hablado de eso. Efectivamente, Candy y yo iniciamos una relación
de noviazgo hace poco.
–Este...Sí Albert, te íbamos a decir durante la fiesta pero
estabas muy ocupado con los invitados que decidimos esperar a un
mejor momento.
–Jajaj, no se preocupen… ¡Ya lo sabía!—apuntó Albert muy
sonriente.
–¿Ya?—preguntó el joven Brown.
–Así es, el amor no se puede ocultar, desde hace tiempo que los
veo comportarse distinto por no decir cierto día en la sala que…
–¡Albert!—exclamó Candy a punto de tirarle una galleta por la
cabeza.
–Jajaja, no teman, no soy la tía Elroy, estoy muy contento por
ustedes. Es justo que después de tanto sufrimiento sean felices
juntos—dicho esto, Albert se levantó de su silla y los abrazó.
Candy y Anthony visitaban con frecuencia el Hogar de Pony,
Albert se les unía cuando sus numerosas ocupaciones se lo
permitían.
La Señorita Pony y la Hermana María habían llegado a estimar
mucho a Anthony. Un día, mientras Candy y Anthony jugaban con
los niños, ellas comentaban:
–Mire Hermana, ¡qué alegría que Candy se haya reencontrado con
un muchacho tan bueno y generoso!
–Sí, se nota que se aman profundamente. ¿Se acuerda con que
entusiasmo nos hablaba de él Candy?
–Claro, primero en sus cartas y luego al volver al Hogar. Cómo
lo conoció, la primera vez que bailaron, cuando le regaló las
“Dulce Candy” en su cumpleaños, cuando lo volvió a ver después
de estos años que todos lo creían muerto.
–Desde las primeras cartas donde nos contaba de él, me di cuenta
que más que un amor infantil, era un amor real, de esos que no
terminan…Aunque de Terry Granchester pensé lo mismo, han pasado
tantas cosas que…Sólo Candy tiene la respuesta en su corazón.
…
Por la tarde al regresar a Lakewood, Candy y Anthony caminaban
por el jardín de las rosas rumbo a la casa cuando Dorothy salió
a su encuentro. Ésta le hizo señas a Candy para hablar en
privado.
–Señorita Candy, quiero preguntarle algo sobre la cena ¿puede
venir un momento?
–Sí, ahora voy…Anthony, en un rato regreso ¿me esperas aquí?
–Claro, voy a pasear un rato por el jardín…Pero no tardes porque
el tiempo me parece eterno cuando no estás conmigo—le dijo
meloso.
Como respuesta, Candy lo besó furtivamente en los labios y se
alejó rumbo a la mansión, dentro la esperaba Dorothy, se le veía
nerviosa.
–¿Qué pasa Dorothy? ¿Por qué tanto misterio?—preguntó intrigada.
–¡Ay, Candy! Hay alguien esperándote en la biblioteca—dijo la
sirvienta mientras se estrujaba el delantal.
–¿En la biblioteca? ¿Y eso? ¡Ya sé es Paty!—exclamó feliz la
rubia.
–No, mejor ve por ti misma—dijo Dorothy abriendo la puerta y
retirándose discretamente. Candy entró a la habitación pero dejó
la puerta entreabierta.
Ahí de pie, mirando unos libros estaba Terry Grandchester, se le
veía más maduro, además de elegante y más atractivo que antes.
Candy sintió tantas cosas removerse en su interior. No sabía si
correr a abrazarlo o decirle que se fuera.
–Terry, ¿qué haces aquí?—preguntó tratando de disimular su
nerviosismo al tenerlo enfrente.
–¿No me vas a saludar primero?—contestó él aproximándose a ella,
intentó abrazarla pero Candy dio un paso atrás y extendió la
mano para saludar. Terry la tomó y ella la retiró casi al
instante.
–Te hice una pregunta Terry, ¿Qué haces aquí, a que has venido?
Creo que entre nosotros ya todo está dicho. —comentó nerviosa.
–No, no todo. Me enteré que te casas…Con Anthony…con un…
–Eso a ti no te interesa—dijo la pecosa cortante.
–Sí, sí me importa porque él está ciego y estoy seguro que tú
estás a su lado por lástima o te sientes culpable por lo que
pasó esa tarde cuando cayó del caballo.
–¡Cállate Terry!—dijo ella cubriéndose los oídos.
Candy nunca lo había pensado de esa forma, Terry estaba
removiendo tantas cosas del pasado. A veces podía ser tan cruel
pero siempre la enfrentaba a la realidad.
–Candy, yo te sigo amando y sé que también me amas, no puedes
haberme olvidado…Por favor, vuelve conmigo, hagamos realidad
todo lo que tanto soñamos—suplicó el inglés.
–Terry, yo…Yo te quiero…–
Alguien en el pasillo había escuchado esta última parte de la
conversación. No era otro que Anthony, que al escuchar esto
retrocedió sorprendido. Había ido a buscar un libro para pasar
el tiempo en lo que regresaba Candy, nunca imaginó que unas
palabras le harían sentir que el piso se hundía bajo sus pies.
Sintió que le faltaba el aire, así que dio media vuelta y caminó
rápidamente por el pasillo rumbo a la salida, en su camino chocó
con Albert que iba llegando a la mansión.
–Anthony… ¿Estás bien? ¿pasó algo?—preguntó Albert sorprendido
pues Anthony no era tan distraído.
–Oh no, nada tío, sólo que no te oí llegar—fue lo único que dijo
antes de salir hacia el jardín.
En ese momento al escuchar que alguien hablaba en el pasillo,
Candy salió de la biblioteca. Terry la siguió.
–Albert, eres tú…pensé que…
–Claro que soy yo, a esta hora llego a casa.
–Creí que era Anthony y…
Albert se percató de la presencia de Terry
–Ah, ya entiendo… ¿Qué pasó, Candy? Anthony acaba de salir de
aquí y no se veía bien.
–¡Oh, no puede ser! Anthony debe haber escuchado…Debe estar
pensando lo peor de mí.
–¿Y eso por qué? No me digas que Terry y tú…
Candy no contestó, en ese momento salió corriendo en busca de
Anthony.
–Albert, yo…lo siento, no quise causar problemas sólo quería
estar seguro que Candy no cometería el mismo error que yo,
recuperarla–se disculpó Terry con su amigo.
En ese momento regresó Candy muy angustiada, no había encontrado
a Anthony por ninguna parte de la casa.
–Albert, Anthony no está, debe haber ido al bosque y está por
llover, puede correr peligro—dijo angustiada.
–No te preocupes Candy, lo encontraremos, además Anthony conoce
muy bien los alrededores. No le pasará nada malo.
–Dorothy, tú quédate por si vuelve antes que nosotros—dijo
Albert antes de salir. La muchacha asintió.
–Albert, ¿puedo ayudar?—preguntó Terry.
–Mm, creo que es mejor que te quedes aquí, cuando regrese
necesito hablar contigo
Albert y Candy iban saliendo cuando se encontraron con George
que volvía del garage.
–George, necesitamos tu ayuda para buscar Anthony—le dijo
Albert.
Ya había empezado a llover, George y Albert fueron a caballo uno
rumbo a la cascada y otro a la casa del bosque, Candy se fue a
pie rumbo al lago.
Mientras esto sucedía, Anthony caminaba sin rumbo bajo la
lluvia, deseaba estar solo, pensar.
–Ni siquiera pude enfrentarme a él, ¿cómo? ¡Si no lo veo! Seguro
iba a decirme que ellos se aman y no debo interponerme. Que soy
un ciego que sólo despierta lástima en ella.
Las lágrimas de Anthony se confundían con la lluvia que caía.
Tan ensimismado iba en sus pensamientos que tropezó y cayó.
–Sólo esto me faltaba—dijo al sentir el lodo en sus manos al
buscar a tientas el bastón con el que se guiaba.
La lluvia arreció, pero él no parecía sentir el frío que calaba
los huesos. Sólo sentía el dolor de su corazón. La lluvia amainó
y así también se calmó la tormenta de su alma. Un viento comenzó
a soplar secando sus cabellos y llevándose la lluvia junto con
sus lágrimas.
–Voy a salir adelante, no me dejaré vencer—se dijo a si mismo
con decisión—lucharé por Candy.
Se sentó, tomó aire y estaba por levantarse cuando escuchó unos
pasos acercarse.
–¡Anthony! ¡Por fin te encuentro! Nos preocupamos mucho cuando
no te encontré. Albert y George también te buscan.—dijo Candy.
–No pasa nada, sólo quería estar un momento a solas, pero con
esta lluvia tropecé y ya ves —comentó Anthony con una leve
sonrisa.
–Anthony…tengo que decirte que…tengo que explicarte…—dijo Candy
arrodillándose a su lado.
–No hay nada que explicar Candy, al parecer Terruce vino a
buscarte a luchar por ti, no lo culpo, yo haría lo mismo… ¡Yo
haré lo mismo! Quiero que te sientas libre de elegir, no quiero
que te sientas comprometida conmigo por el pasado…si no me amas,
no sería justo que te quedaras a mi lado.
–¡Anthony!—exclamó Candy rompiendo en sollozos y abrazándolo.
Anthony al principio sólo se dejó abrazar pero luego también la
rodeo con sus brazos.
–No llores Candy, te amo tanto que estoy dispuesto a dejarte ir
para que seas feliz—dijo tiernamente Anthony mientras acariciaba
los rizos de su amada.
La lluvia se hizo presente nuevamente.
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