Te veo
con el corazón.
Por Valky Isarose
“Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para
los ojos.”
Antoine de Saint-Exupèry.
1900-1944. Escritor francés.
CAPITULO 7
Días de tranquilidad
Candy y Anthony fueron a hablar con Albert. Los tres decidieron
que lo mejor era pasar una temporada juntos en Lakewood, así que
al atardecer fueron por las cosas de Candy al Hogar de Pony,
mientras George iba a traer lo necesario para Anthony a Chicago.
Albert ya tenía tiempo viviendo en la mansión, así que no
necesitaba nada más.
La Señorita Pony y la hermana María por fin conocieron a
Anthony, el muchacho del cual tantas veces les había hablado
Candy. Aquel que aun antes, cuando lo creían muerto, siempre le
dibujaba a la pecosa una sonrisa al recordarlo.
Al enterarse la tía Elroy de que Anthony estaba listo para
regresar, dio las explicaciones pertinentes y empezó a organizar
una gran fiesta en la mansión principal de los Andley en
Chicago. Se iba a anunciar el regreso de Anthony, pero él sólo
aceptó que se hiciera una reunión con los familiares más
cercanos en Lakewood.
Faltaban unas semanas para el gran día para los Andley… Albert,
Anthony y Candy convivían como la familia que eran. Siempre
comían juntos, además salían a pasear por el bosque y el lago.
Algunas veces Albert no podía estar con ellos por sus múltiples
obligaciones, otras al ver a su sobrino tan feliz, prefería no
hacer mal tercio y daba una excusa para dejarlos solos.
Candy y Anthony no podían ocultar lo bien que se sentían juntos,
cuando no estaban en la casa o en el jardín cuidando las rosas,
les gustaba ir a la colina favorita de Anthony, aquella que se
parecía a la Colina de Pony. En especial les gustaba caminar
junto al lago al atardecer, Candy le describía como los hermosos
colores del cielo se reflejaban en el agua y Anthony podía
imaginarlo todo perfectamente, muchas veces en su niñez lo había
visto, además ella se lo describía de una forma tan especial que
le parecía estar viendo el ocaso en ese preciso instante.
Una de esas tardes después de pasear por el bosque, se
encontraban sentados descansando a la orilla del lago. Candy se
mojaba los pies mientras Anthony le contaba de la escuela donde
trabajaba y ella del hospital. Hablaban de todo un poco. A ella
le encantaba escucharlo y verlo atentamente, contemplar como sus
ojos azules se iluminaban al relatar alguna anécdota de su
infancia.
–Oye, Candy. Creo que hay rosas “Dulce Candy” muy cerca de aquí
pues percibo su aroma. —dijo Anthony de pronto.
–A ver…Bueno, si hay algunas rosas pero no son “Dulce Candy” –
comentó ella mirando alrededor, de pronto recordó algo –Anthony…
¡soy yo la que huele así!
–¿Tú?—preguntó Anthony acercándose poco a poco a ella guiado por
el aroma. –¡Claro, eres tú! No sé porque no lo noté antes—su
rostro se acercaba cada vez más al de Candy—Tus cabellos
despiden la fragancia de las rosas “Dulce Candy”.
–Así es, lo que pasa es que mandé hacer un perfume con pétalos
de las rosas, era una forma de sentirte siempre cerca de
mí…–dijo Candy sonrojándose–Además, no es agradable oler a
hospital todo el tiempo. Hace poco se terminó pero hoy me llegó
otro frasco.
–¡Ah, qué bien! Tal vez luego hagamos negocio con eso… ¡exijo mi
50%!—dijo Anthony con seriedad para luego soltar la carcajada—
¡Me imagino la carita que pusiste!
–¡Anthony!—reclamó ella con fingido enojo.
– Candy, ya sabes que puedes hacer lo que quieras con esa rosas,
son tuyas ¿recuerdas?—le dijo acercándose más a ella.
–Sí, son el regalo más bello que he recibido—contestó Candy
sonriendo mientras miraba las aguas del lago.
–Oye Candy… ¿me dejarías tocar tu cara? Necesito “verte”—en ese
momento, Candy volteó intempestivamente quedando sus labios muy
cerca de los de Anthony, sonrojada hasta los cabellos, se alejó
un poco.
–¿Verme?—preguntó ella aun sofocada por las ganas que le dieron
de besarlo.
–Sí, con mis manos, quiero saber cómo eres ahora.–
–Está bien, pero te aseguro que no soy tan hermosa como te
imaginas. No he cambiado mucho.
–Eso lo decidiré yo—dijo Anthony buscando su cara—cierra los
ojos, Candy.
Las manos de Anthony palparon lentamente cada centímetro de su
cara. Ella pudo sentir el gentil roce de los dedos sobre su
piel, lo cual la hizo estremecer. Nuevas sensaciones estaban
despertando, ambos sonreían.
–Cierto, no has cambiado mucho, pero estoy seguro que estás más
linda que antes—dijo Anthony cuando retiró sus manos y Candy
abrió los ojos.
–No lo creo, ahora tengo más pecas.
–Eso es precisamente lo que te hace diferente, a mí siempre me
han gustado tus pecas, además para mí, eres la más hermosa de
todas—le dijo con una deslumbrante y dulce sonrisa.
–¿Por qué?—preguntó viéndolo embelesada.
–Porque puedo “ver” mejor que mucha gente que sólo se fija en la
apariencia exterior. Yo puedo verte con el corazón, veo tu alma
y por dentro eres aún más bella, tus actos así me lo han
demostrado desde que te conocí.
Candy se sentía tan bien al lado de Anthony como si el tiempo no
hubiera pasado, como si tuvieran otra vez doce y catorce años,
como cuando floreció el amor en sus corazones. Ese amor que se
creía marchito, había renacido con más fuerza y crecía cada día
más y más; pero aún ninguno de los dos se atrevía a decirlo
abiertamente como ya lo habían hecho una vez en el pasado. Él
por temor a su rechazo al creerla enamorada de otro y ella al
pensar que después de tanto tiempo y tantas cosas, él sólo la
consideraría una buena amiga que lo ayudaba en esos momentos a
vencer la soledad, por quien sentiría sólo agradecimiento.
–Anthony, ya tenemos que irnos va ser hora de cenar y Albert
debe estar esperándonos.
–Candy, antes de irnos quiero preguntarte algo… ¿Ya sabes que
Albert es el “Príncipe de la Colina”? Dime, ¿seguimos siendo tan
parecidos?
–¡Sí, no sabes cuánto!
–Entonces, aún te gusta, ¿verdad?
–No te voy a negar que cuando supe que Albert era el príncipe me
di cuenta que es un hombre muy atractivo pero yo siempre lo he
visto como un amigo, hermano mayor, como mi tutor y padre
adoptivo. –
Al escuchar esto una sonrisa muy amplia se dibujó en el rostro
de Anthony pero Candy siguió hablando viendo al lago por lo que
no se percato del efecto que causaban sus palabras.
–Además el hombre que me gusta y del que estoy enamorada es
otro—al escuchar esto la sonrisa de Anthony se borró.
–Perdona si te incomodé con mis preguntas—dijo el ya algo serio
porque pensó que ese otro del que hablaba Candy era Terry.
–No hay problema puedes preguntarme lo que sea, somos amigos
¿no?—dijo ella sin percatarse del malentendido.
–Claro, amigos—contestó Anthony. Tratando de no mostrar su
desilusión se levantó, tomó su bastón y ofreció la otra mano a
Candy para ayudarla a levantarse.
–Pero como te dije aquella vez, Anthony me gusta porque es
Anthony—Candy lo tomó del brazo y él sonrió. Parecía que las
dudas habían terminado.
Llegó el día de la fiesta. Aún era temprano así que nadie más
había llegado a la mansión. Anthony se encontraba estudiando en
la sala esperando que Albert y Candy bajaran para desayunar,
Candy entró caminando de puntitas…
–Ya te oí—le dijo Anthony cuando la chica se aproximaba
preparándose para saltarle en un abrazo sorpresa.
–¡Ay, no sé cómo lo haces!—dijo ella haciendo un puchero y
dejándose caer a su lado en el sofá.
–Es que eres demasiado… ¿Cómo te diré? Bulliciosa —dijo él,
divertido.
–ANTHONY BROWN ANDLEY ¡Me estás diciendo escandalosa,
ruidosa!—protestó cruzando los brazos para luego carcajearse.
–Jajaj, algo así…Bueno, lo que pasa que como ya sabes, las
personas que carecemos de alguno de nuestros sentidos agudizamos
los demás, percibimos muchas cosas que comúnmente la demás gente
no.
–Claro… ¡Oye! Me debes algo—dijo Candy repentinamente.
–¿Ah, sí? ¿Qué?—preguntó él con curiosidad.
–El otro día te dejé que me “vieras”, ahora me toca a mí, quiero
saber si puedo “ver” con mis manos.
–Sí que puedes, empieza cuando quieras—dijo Anthony dejando el
libro que leía en la mesita de té, quedándose inmóvil y
sonriente.
–OK, aquí voy—dijo ella acercando sus manos temblorosas al
rostro de Anthony.
¡Ah, ah, ah! Cierra los ojos tramposa—la detuvo Anthony.
–Pero ¿cómo?—comentó ella sorprendida de cómo él se dio cuenta
que no había cerrado los ojos.
–Lo percibo, te conozco, no lo olvides.
–Bueno, ya basta de plática ciérralos tú primero, no quiero
picártelos, soy aprendiz en esto.
–Oh, claro… ¡No quiero quedar tuerto, además de ciego! jaja—bromeó
él.
–¡Anthony!—exclamó ella a punto de perder la paciencia.
–Ya, ya los cerré— terminó Anthony con una sonrisa.
Candy acercó sus manos, aún más nerviosa que antes, lentamente
empezó a recorrer el hermoso rostro de su querido Anthony.
–No tiembles, no muerdo…Bueno a menos que me lo pidas jeje.
–¡Shhh! Me desconcentras!—dijo Candy siguiendo cuidadosamente
con su tarea—En verdad puedo “verte”, mmm que rico hueles, ¿qué
es?
Anthony estaba a punto de contestar cuando ella le puso una mano
sobre la boca–- ¡No me digas! Adivinaré—deslizó las manos hasta
los hombros de Anthony y empezó a acercar su rostro al de él
poco a poco, aun con los ojos cerrados, Anthony pudo sentir el
aliento perfumado de ella sobre su rostro
—Es como… ¡Lavanda! ¡Sí!—exclamó ella triunfante.
–Y tu boca huele a menta—dijo Anthony, se movió hacia adelante y
sus labios se encontraron, Candy aun con los ojos cerrados,
correspondió el beso con deleite.
–La tuya sabe a hierbabuena—le dijo ella apartándose un poco,
abriendo los ojos viendo de frente los brillantes ojos azules de
él. ¡Sí que parecía que la miraba!
Anthony tomó el rostro de Candy entre las manos y con el dedo
índice delineo sus labios para luego tomarlos nuevamente, esta
vez en un beso más profundo y prolongado que el anterior. Ambos
disfrutaban cada instante de la caricia.
–Ejem…Cof, cof… ¡Buenos días! –saludó Albert al pie de la
escalera. Los chicos se separaron al instante.
–¡Buenos días Albert, no te oímos llegar!—dijeron Anthony y
Candy al mismo tiempo, lo cual provocó la risa de los tres.
–Sí, ya me di cuenta, estaban muy ocupados—señaló Albert con una
sonrisilla pícara. Se sentía muy feliz por ellos.
Esa tarde llegó la tía abuela, los Leagan, los Britter y Archie.
Este último era el más emocionado de todos. No podía esperar
para ver a Anthony… ¡Había pasado tanto tiempo y tantas cosas!
Se bajó del coche de un salto apenas este llegó a la puerta
principal de la mansión de Lakewood.
–¡ANTHONY, ANTHONY!—gritó el joven Cornwell mientras corría por
el jardín de las rosas buscando a su querido primo.
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