Te veo
con el corazón.
Por Valky Isarose
“Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para
los ojos.”
Antoine de Saint-Exupèry.
1900-1944. Escritor francés.
CAPITULO 6
Te extrañé tanto
Bajaron del auto justo en el portal, George se fue en el coche
para estacionarlo en la parte trasera de la casa, esperaría a
Albert en su despacho. Candy y Albert comenzaron a caminar entre
las rosas que se encontraban en todo su esplendor, luego de un
rato pudieron ver a Anthony a lo lejos en una de las bancas del
jardín.
Anthony se encontraba sentado, leyendo un libro en braille que
tenía sobre las piernas, estaba inmóvil pero se le veía
relajado, con sus bellos ojos como viendo el horizonte, sólo sus
manos se movían al deslizar los dedos sobre las páginas del
libro.
Como estaban lejos aún, no los había escuchado llegar, se
acercaron un poco más y Candy pudo ver su rostro claramente, lo
reconoció en seguida, casi no había cambiado pero ahora estaba
más guapo que nunca, se le veía más alto y fuerte. Su rostro
sereno de rasgos finos no dejaba de ser seductoramente varonil,
sus ojos eran tal como Candy los recordaba tan apacibles y
hermosos, de un color azul tan intenso y profundo como el del
cielo en un día de verano. Su cabello rubio resplandecía como el
oro bajo los rayos del sol que se filtraban por entre las ramas
de los árboles.
Albert tomó a Candy del brazo para acercarse a Anthony pues ella
no se atrevía a dar un paso más, ni a hablar; Candy temía que al
llegar a él, al querer tocarlo, se desvanecería en el viento
como tantas veces había pasado en sus sueños. Ahí estaba entre
las rosas, como aquel día cuando lo vio por vez primera, no
podía apartar la vista de esos hermosos ojos, esos ojos que
creyó no volvería a mirar jamás. Él seguía leyendo sin sospechar
nada pero al acercarse más fue cuando escuchó sus pasos,
entonces suspendió la actividad y preguntó:
–¿Quién está ahí? ¿Tío ya llegaste?—Anthony volvió la cara hacia
donde había escuchado los pasos y sonrió.
–Sí, pero no vengo solo. —contestó el aludido jalando suavemente
a Candy hasta dejarla frente a él.
–Ah, vino George contigo, me dijo que te esperara aquí en el
jardín. ¿No hubiera sido mejor esperarte dentro de la casa?
Alguien puede verme y…
–No, Anthony—habló al fin Candy con voz trémula—Soy yo.
–¡¡¿Candy?!!—Anthony reconoció su voz, se levantó súbitamente.
El libro cayó pesadamente sobre el césped del jardín.
–Tío, me prometiste…–dijo dolido.
–Perdóname Anthony pero ella tenía que saberlo. —se disculpó
Albert.
Los tres se quedaron en silencio mientras un viento suave
agitaba sus cabellos. Luego de unos momentos de suspenso, Albert
hizo reaccionar a Candy tocándole el hombro.
–Creo que ustedes dos tienen mucho de qué hablar estaré en mi
despacho.
Albert se alejó rumbo a la casa, Candy frente a Anthony no sabía
qué hacer, sólo siguió contemplándolo llena de emoción. Aún no
podía creer que Anthony estaba frente a ella.
–¿Candy, sigues ahí?—preguntó Anthony, sin duda también se
encontraba muy emocionado. Extendió sus brazos y dio unos pasos
hacia ella, buscándola.
–¡¡¡Anthony!!!—Exclamó por fin Candy, lanzándose entre esos
brazos que tanto añoró— ¡Te extrañé tanto!
–¡Yo también te extrañé Candy, no sabes cuánto he soñado con
este momento!
Anthony la abrazó con emoción y ambos lloraron en silencio largo
rato al estar nuevamente juntos. Candy recargó su cabeza sobre
el pecho de Anthony, ninguno podía dejar de llorar. Luego de un
rato la apartó suavemente.
–No llores por favor, sabes que no me gusta.
–Es de felicidad que lloro, además tú también has llorando.
–Es que también me siento tan feliz a tu lado que no lo pude
evitar.
–Anthony…
Anthony buscó el rostro amado con sus manos, secó gentilmente
las lágrimas de las mejillas con la punta de los dedos, Candy
pudo sentir otra vez su calidez. El ver su rostro tan de cerca
hizo que su corazón palpitara más de prisa y se ruborizó como
cuando tenía doce años.
–Ya no lloraré. Estoy tan feliz de volver a verte.
–Lástima que yo no pueda decir lo mismo—dijo Anthony en broma
con una deslumbrante sonrisa.
–¡Tonto!—le contestó ella dándole una palmada en el brazo,
riendo de buena gana. Se sentaron en la banca, Candy recogió el
libro y lo puso en las manos de Anthony.
–Gracias, sé que ya has encontrado tu camino, que eres
enfermera. —le dijo dejando el libro a un lado para tomar una de
sus manos.
–Al parecer estás enterado de todo.
Candy sentía como si el tiempo no hubiera pasado. Otra vez
estaban platicando en medio de ese hermoso jardín como muchas
veces lo hicieran cuando eran más jóvenes.
–Sí. Albert, George y la tia abuela me han contado de ti.
–Espero que cosas buenas. Al parecer tú sabes mucho de mí, pero
yo no sé de ti, tienes que darme muchas explicaciones. ¿Por qué
no regresaste antes? ¿Por qué?—le dijo retirando su mano de
entre las de él.
–Porque cuando desperté me encontraba muy mal física y
anímicamente, ya había pasado mucho tiempo desde el accidente,
ya todos parecían haber superado mi “muerte”. No quise que me
vieran en tan lamentable estado, no quise provocarles más
angustia, dolor, lástima...Así que decidí recuperarme antes de
regresar a su vida, pero aún no lo he logrado totalmente.
–Pero según Albert los doctores que te están tratando hay muchas
probabilidades de que recuperes la vista.
–Sí, eso dicen pero también existe la posibilidad de que no vea
nunca más, es por eso que no me hago ilusiones. Trato de vivir
mi vida lo mejor que puedo, he aprendido a valerme por mi mismo
ya puedo desplazarme sin ayuda usando este bastón—dijo tomando
el bastón que estaba recargado en la banca, para luego
devolverlo a donde estaba—Pude seguir estudiando gracias a que
me enseñaron el sistema braille en un instituto de Chicago en el
cual ahora trabajo como voluntario, ayudo a las personas de
nuevo ingreso a aprender todo lo necesario para superarse.
–Entonces no entiendo porque no has dicho que estas vivo.
–Como ya te dije, al principio consideré que era lo mejor pues
en ese tiempo necesitaba de muchos cuidados y conociéndolos a
todos no se hubieran despegado de mi lado, dejando de hacer su
vida y eso me pareció muy injusto ya que al saberlos felices en
Inglaterra sentí que no tenía derecho a irrumpir en sus vidas.
–¡Oh Anthony! Te aseguro que todos hubiéramos preferido estar a
tu lado sin importar lo demás.–
–¿Ya ves? Me estás dando la razón, yo no quise tenerlos al lado
de mi cama, a la larga hubiera sido muy desgástate para todos,
incluso para mí.
–Tal vez tengas razón, pero ¿Y después por que no dijiste nada?
–No encontré el momento pues esperaba el regreso de mi tío de
África y no regresó hasta hace poco, luego con lo de Stear y la
presentación de Albert como William Andley. Ya eran demasiadas
cosas, pero ahora ya no tiene caso que me siga ocultando.
–Anthony, déjame estar a tu lado–dijo Candy siendo ahora ella
quién tomaba su mano—déjame cuidarte hasta que te cures.
–Eso es precisamente lo que no quiero Candy, que te sientas
obligada a ayudarme—dijo Anthony.
–No, Anthony. Lo digo porque así lo quiero ¿Acaso no somos
amigos?–“Amigos”, la palabra retumbo en la mente de Anthony y él
retiró su mano con suavidad.
–Entonces quieres cuidarme como a Albert cuando perdió la
memoria, ¿verdad? –le dijo con una leve sonrisa, tratando de que
Candy no notara la tristeza que se había apoderado de él en
cuanto la escuchó llamarlo “amigo”
–Claro, si lo hice con él no entiendo porque contigo no debo—le
dijo tomándolo del mentón para hacerlo voltear el rostro y ver
sus brillantes ojos.
“Tal como pensé Candy me ve sólo como un amigo más. Me quiere
ayudar tal como ayudaría a cualquier persona es su deber como
enfermera.” reflexionaba el rubio.
–¿Entonces que decides? –Preguntó Candy interrumpiendo los
pensamientos de Anthony.
–Está bien Candy, sé que todas maneras lo harás, así que acepto
y te lo agradezco de corazón porque voy a necesitarte a mi lado,
es decir, necesitare a todos mis seres queridos a mi lado cuando
regrese a todo lo que implica ser un Andley.—dijo tratando de
poner distancia, de comportarse con ella como amigo y nada más.
–Ese es el Anthony que recuerdo siempre optimista, que no se
deja vencer por las circunstancias que se le presentan. El de la
sonrisa deslumbrante y contagiosa. —le dijo la pecosa.
–Basta Candy, sé que lo dices por animarme—dijo Anthony con la
modestia que lo caracterizaba siempre.
–No y lo sabes, ven vamos a contarle a Albert—dijo tomándolo de
la mano.
–Espera yo puedo ir sin ayuda. —protestó el joven Brown.
–Pero yo quiero tomarte la mano, Anthony—declaró ella con
natural coquetería.
–Bueno–-aceptó Anthony con una sonrisa.
Ambos rieron mientras caminaban rumbo a la casa tomados de la
mano.
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