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Te veo con el corazón 03

Te veo con el corazón.
Por Valky Isarose

“Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.”
Antoine de Saint-Exupèry.
1900-1944. Escritor francés.

CAPITULO 3
Buscando el camino
 
Tiempo después Anthony se enteró por George que Candy había escapado del Colegio San Pablo.
–¡Se escapó! pero ¿por qué? ¿Saben dónde está?—preguntó Anthony preocupado.
–No, pero dejó una carta donde dice que quiere encontrar su camino, de seguro no tardará en volver a E.U. No se preocupe joven Anthony, la conozco y sé que sabe cuidarse sola. —le dijo George no sólo para tranquilizarlo sino porque realmente lo creía.
–Ojala no le pase nada–pensaba Anthony —Candy, cuídate mucho, yo también estoy buscando mi camino.
Era invierno y en ese entonces Candy ya se encontraba en el barco que la traería de regreso a América, al Hogar de Pony y muy pronto a su nueva vida.
Mientras seguía con su recuperación en Chicago, Anthony trataba de estar al tanto de todo lo que le pasaba a Candy. Lo último que supo fue que se había ido del Hogar de Pony. Cierto día se encontraba estudiando en su habitación pero por más que lo intentaba no se podía concentrar.
–¿Qué me pasa? ¿Por qué de pronto siento tanta angustia?—pensaba apesadumbrado. En eso escuchó que un coche se detenía frente a la casa. Poco después, alguien llamó a la puerta de su habitación, era la tía Elroy que estaba de visita.
–¿Anthony, puedo pasar?–
–Sí tía, pasa.
–Tengo algo muy grave que decirte, es acerca de Albert.
–¿Qué le pasa a Albert? según la última carta que llegó ya viene de regreso de África. ¿No?
–Así es…Lo que pasa es que hace días que debía estar aquí y George no lo ha podido localizar y con la guerra en Europa temo que le haya sucedido algo malo.
–No pienses eso tía, Albert pronto aparecerá, de seguro se fue a pasear a algún otro lado. Ya lo conoces—Le dijo Anthony para tranquilizarla pero su corazón le decía que su tío no estaba bien– Dime ¿Stear y Archie ya regresaron de Londres?—preguntó cambiando de tema, no quería preocupar a la anciana más de lo que ya estaba.
–Sí, ya están aquí en Chicago, por cierto el otro día llevaron a esas muchachas del Hogar de Ponny a la Mansión principal Andley.
–¿Candy y Annie? No sabía que Candy estuviera en la ciudad —dijo Anthony emocionado por saberla más cerca.
–Pues sí y no sólo eso, ha venido a estudiar para ser enfermera… ¿Te imaginas? ¡Qué deshonra para la familia. —Comentó la anciana escandalizada.
–Tía, ¿ya vamos a empezar?—dijo Anthony soltando un suspiro antes de continuar –Sabes que no estoy de acuerdo con tus ideas y me alegro que Candy haya encontrado su vocación, que pueda ser útil a la sociedad.
–Bueno, lo que importa es que no te vayan a ver, así que ya no irás al instituto. —dijo la tía casi como una orden evadiendo el tema.
–No tía, ya no soy un niño. No pienso dejar de ir, menos ahora que me siento útil ayudado como voluntario, enseñando el braille a las personas de reciente ingreso. Quiero regresar algo de lo mucho que me han dado. —los ojos azules de Anthony brillaban reflejando la emoción que había en sus palabras.
–Anthony pero no es necesario que vayas, creo que es suficiente con las donaciones que ha hecho William en nombre de toda la familia Andley. —insistió la tía Elroy.
–Para mí es más satisfactorio poder ayudar a la gente directamente, todos los días, tal como a mí me ayudaron otras personas cuando me sentía tan mal, cuando me sentía inútil. Además no creo que alguien me reconozca, ha pasado mucho tiempo y además pienso usar la estrategia de tío Albert. —dijo Anthony muy serio.
–¿Cuál estrategia? –Preguntó la tía intrigada.
–Usar un buen disfraz, ¿qué tal unos lentes oscuros?—señalo él, cambiando el serio semblante por una sonrisa traviesa y un guiño.
–¡Ah, está bien, haz lo que quieras! Eres igual de terco que él. —dijo la tía Elroy, desarmada por el encanto de su sobrino consentido.
–Sabía que entenderías… ¿Quién es la abuela más hermosa del mundo? —le dijo con una sonrisa por demás encantadora.
–¡Oh, Anthony! ¿Qué voy a hacer contigo? —dijo la mujer ya también sonriendo.
–Tía, yo soy el más interesado en que no se sepa que estoy vivo, considero que aún no ha llegado el momento —explicó el rubio borrando por un momento esa sonrisa deslumbrante.
–Eso espero pues lo adecuado sería anunciarlo hasta después de que Albert regrese y sea declarado oficialmente cabeza de los Andley. Te pido tengas mucho cuidado —recomendó la anciana.
–Si tía, no te preocupes. No voy a cometer la locura de ir a buscar a Candy… ¿O sí?—la sonrisa traviesa apareció de nuevo.
–¡Anthony! —dijo la tía con fingido enojo.
–¡Tía abuela! —replicó Anthony imitando el tono.
–¡Ni se te ocurra! —sentenció la mujer sabiendo que a pesar de ser una broma, su sobrino era capaz de eso y más.
–Jaja, está bien, me controlaré —comentó Anthony entre risas.
Poco a poco volvía a ser el de antes. Mientras reía, la anciana lo observaba enternecida... ¡Cuánto quería a ese muchacho!
 
Así siguió pasando el tiempo, Anthony seguía yendo al hospital para su tratamiento pero no presentaba mejoría, ya su doctor le había recomendado viajar a Francia para visitar a un especialista pero debido a la guerra esos planes tendrían que posponerse, además Anthony no quería moverse de Chicago hasta saber algo de Albert. Un día llegaron George y la tía abuela a comunicarle algo muy importante al respecto.
–Joven Anthony, he localizado a su tío—empezó George.
–¿Y dónde está? ¿Por qué no ha venido? ¿Qué le ha pasado?—preguntó impaciente.
–Cálmate Anthony, él no puede venir porque… –la anciana no pudo seguir hablando.
Se quedaron en silencio y Anthony supo que algo malo pasaba, podía percibirlo en su voz. En ese tenso silencio.
–¿Por qué no puede venir?… ¡Hablen ya!—exclamó, tratando de conservar la calma.
–El señor William se encuentra en Chicago, está bien ahora, pero cuando venía de regreso a América sufrió un terrible accidente mientras se trasladaba en tren por Italia y ha perdido la memoria.
–Entonces, ¿qué esperan para traerlo a casa?
–No podemos hacerlo pues está viviendo con la señorita White.
–¡¿Con Candy?! –preguntó Anthony sorprendido.
–Sí, como Candy es enfermera del Hospital a donde trajeron a William, ella lo reconoció y se lo tuvo que llevar con ella para curarlo pues ya no podía permanecer ahí más tiempo —Contestó la anciana que ya empezaba a aceptar a la chica pues estaba muy agradecida con ella.
Comprobaba una vez más lo buena que era Candy, ya que a pesar de no saber quién era Albert en realidad, lo estaba cuidando muy bien. No sólo como un paciente si no como un pariente. La tía Elroy recordó cuando la atendió a ella misma aquella vez que enfermó y casualmente Candy estaba de visita con los chicos Cornwell en la mansión. Esto último no se lo había contado ni se lo contaría a Anthony pues sabía que le diría: “te lo dije tía”.
–Entonces Albert está en buenas manos, yo sé que Candy logrará que mi tío recupere la memoria. Mientras tanto, ¿Qué podemos hacer por él?—le preguntó Anthony interrumpiendo sus pensamientos.
–Por el momento nada, pues nadie debe sospechar quien es realmente, no podemos decirlo hasta que él se recupere. Podría ser contraproducente si tiene que lidiar con la prensa en su actual estado de salud. —contestó la tía.
–Estaré al pendiente sin que nadie se entere y llegado el momento oportuno me acercaré a él—comentó George.
–Manténgame informado por favor. —solicitó Anthony.
–Lo haré joven. Ahora tengo que retirarme pues en ausencia del señor William tengo que seguir supervisando todos los asuntos que dejo pendientes. —se despidió George tomando su sombrero y saliendo de prisa.
–Y yo tengo que anunciar que la presentación del patriarca de los Andley se pospone debido a que el tío abuelo William se encuentra enfermo en Europa. —señaló la tía Elroy.
Ambos se fueron dejando a Anthony algo preocupado tanto por la salud de Albert como porque el ya sabía que su tío era el llamado por Candy, “Príncipe de la Colina” y temía que al estar viviendo juntos algo pasara entre ellos.
–¡Lo que hacen los celos!—pensó el joven Andley e inmediatamente desechó esos pensamientos tontos.
Anthony sabía por Albert que ellos sólo eran amigos y se veían como hermanos. Además se había enterado de que Candy ya era novia de ese tal Terruce Granchester, hijo de un duque inglés, que ahora era un actor y cada vez se hablaba más de él. Así que era de este último de quién debía temer pues era muy probable que le quitará el amor de Candy sin siquiera haber tenido la oportunidad de luchar por ella.
 
El tiempo siguió su marcha y un día llegó George con buenas noticias.
–Señor Anthony, su tío ha recuperado la memoria y pronto regresará con nosotros para asumir su verdadera identidad. –anunció George muy contento.
–¡No sabes que gusto me da! Después de la muerte de Stear ya hacía falta que pasara algo bueno que nos levantara el ánimo.
Al decir esto Anthony se sintió triste pues hubiera querido estar con Stear para evitar que se fuera a la guerra pero sabía que no lo hubiera convencido, todos tenían que aceptar que había sido su decisión y tal vez por eso fue que Stear no le dijo a nadie hasta que ya era un hecho. Ni siquiera a Albert o Candy.
–Aun esta triste por Stear ¿verdad?
–Sí, ahora sé lo que deben haber sentido todos cuando la tía les dijo que yo había muerto… George, ¿crees que sea posible que yo pueda ir a Lakewood? Quisiera volver a ocuparme de las rosas en recuerdo de mi madre y ahora también de Stear pues ahí pasamos la mayor parte de nuestra infancia.
–Claro que puede ir, la casa está vacía, así que nadie lo verá. Me extraña que haya tardado tanto en decidirse a ir allá otra vez.
–Es que no me sentía capaz de cuidar las rosas sin verlas, pero sé que puedo hacerlo sin ningún problema pues crecí haciéndolo.
–Discúlpeme señor Anthony, es que de pronto se me olvida su situación se desenvuelve tan bien en sus actividades que no sería difícil para quien no lo conoce creer que ve como todos los demás.
–No tengo nada que disculparte George y por favor no me llames señor, sé que ya he crecido pero me haces sentir como si yo fuera el tío abuelo y ya Albert tiene ese papel. –dijo divertido, recuperando su alegría habitual.

–De verdad que Anthony y Candy son almas gemelas pues nunca se dejan vencer por las circunstancias y siempre tienen una sonrisa para los demás—pensó George al salir de la casa.

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