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Te veo con el corazón 02


Te veo con el corazón.
Por Valky Isarose

“Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.”
Antoine de Saint-Exupèry.
1900-1944. Escritor francés.
CAPITULO 2
Tío Albert
 
–Tío abuelo William ¿Eres tú?
Anthony escuchó atentamente los pasos que se aproximaban hasta su cama… ¡Por fin conocería al misterioso tío abuelo William! A ese hombre bueno del que sabía muy poco pero que siempre había estado al pendiente de toda la familia Andley. Contuvo la respiración aguardando una respuesta.
 
–SÍ querido Anthony, soy yo, me alegro mucho el saber que estás bien. No podía esperar para verte… Pero llámame Albert solamente. Me haces sentir muy viejo.
–¿¡ALBERT!?—Repitió Anthony que aunque había reconocido de inmediato esa voz aún no podía creerlo, ahora entendía muchas cosas.
–Sí, soy William Albert Andley y tú eres el hijo de mi querida hermana Pauna—dijo emocionado el hombre de larga y rubia cabellera.
 
Albert estaba feliz de poder decirle a su único sobrino toda la verdad, de haberlo recuperado. Abrazó efusivamente a Anthony que se encontraba sentado en la cama con la sorpresa reflejada en el rostro y éste apenas pudo corresponder al abrazo. Se separaron y Anthony habló conmovido.
 
–Tío Albert, no sabía de ti desde hace tanto tiempo…Sí, ahora recuerdo que vivías con nosotros en Lakewood. Luego de la muerte de mi madre desapareciste, yo era muy pequeño. Siempre creí que eras algún pariente lejano, otro de mis primos ya que eres sólo unos cuantos años mayor que yo. Cuando pregunté por ti, nadie supo o más bien nadie quiso decir nada al respecto.
–Así es, Anthony. Tuve que alejarme por orden de la tía Elroy para prepararme para ser la cabeza de la familia Andley. Yo hubiera querido permanecer contigo y cuidarte como le había prometido a mi hermana pero tenía que obedecer pues apenas tenía diez años.
–Otro de tus brillantes planes para evitar la deshonra de la familia ¿eh, tía abuela?—dijo Anthony en tono de reproche a la tía Elroy.
La anciana lloraba conmovida al presenciar el reencuentro de sus parientes más queridos pero al escuchar a su nieto de inmediato se puso a la defensiva y limpiándose las lágrimas volvió a ser la de siempre.
 
–Tenía que cuidar el honor y buen nombre de la familia, pues Albert era muy joven para dirigir a la misma, había que apoyarlo mientras crecía… El momento ha llegado y pronto tendrá que asumir públicamente el papel que le corresponde—
–Sí, el “qué dirán” es lo que siempre te ha importado, ya lo sé muy bien—dijo Anthony dolido.
Al ver la indignación en el rostro de Anthony, la tía Elroy decidió cortar su discurso y retirarse
—Bueno, creo que es mejor que los deje solos. Tienen mucho de qué hablar.
–Sí, es mejor tía – dijo Albert para evitar un mal rato.
 
La tía abuela, salió y Albert se sentó al lado de la cama de Anthony. Luego de un momento de silencio, el joven Brown fue el que habló primero.
 
–Albert, ¿crees que estoy siendo injusto con la tía Elroy? Digo, después de todo, nos quiere.
–¡Na! ¡Déjala que sufra un poco! –bromeó Albert para romper la tensión del momento. Ambos rieron. Luego continuó.
–Ella no actuó de mala fe, sólo que sus ideas son a veces demasiado rígidas y anticuadas. Ella no va a cambiar pero cuando yo pueda encargarme de todo, la haré comprender sus errores y la familia Andley será muy distinta. ¿Me ayudarás a lograrlo?
–¡Claro que sí, tío!...Oye, hay tanto que quiero saber pero antes que nada deseo darte las gracias otra vez por haber adoptado a Candy, sé que se encuentra en Londres estudiando pero dime ¿Cómo está?
–Ahora se encuentra bien, pero sufrió mucho cuando…–-Albert no pudo terminar la frase al evocar tan dolorosos momentos.
–Cuando la tía les dijo que había muerto, ¿verdad?—Completó Anthony resignado pero triste– Pobre Candy, pobres de mis primos cuanto deben haber sufrido por mi causa—
 
Anthony inclinó la cabeza, se sentía mal por sus seres queridos, nunca hubiera querido provocarles tanto dolor. Albert se levantó de la silla y se acercó a Anthony y puso una de sus manos en el hombro de su sobrino. El chico rubio levantó la cabeza y sonrió levemente, ya no estaba solo.
 
–No te preocupes…Ellos están bien, ahora lo que importa es que te recuperes. Por lo que escuché al llegar, has decidido ocultarte pero ¿no crees que tus primos y Candy deberían saber que estás vivo?
–No tío, no quiero que me vean así. Prométeme que no les dirás hasta que me recupere totalmente. Si es que puedo lograrlo.
–Pero Anthony…
–¡Por favor tío no quiero que me tengan lástima! No quiero preocuparlos. No quiero amargarles la vida.
–Aunque no estoy de acuerdo, se hará cuando tú digas.
–Gracias, tío Albert.
 
 
Paso el tiempo, Anthony fue dado de alta y se instaló en una de las propiedades de los Andley cerca del lago Michigan en Chicago. Ahí lo visitaban su padre, la tía Elroy y Albert. Los únicos sirvientes que había en la casa eran una pareja de ancianos: el ama de llaves y el chofer, un matrimonio de toda la confianza de la tía abuela. Anthony entró a estudiar a un instituto para invidentes, donde aprendió rápidamente a valerse por sí mismo. Ahí recibía lecciones de braille para poder estudiar alguna carrera y ya podía desplazarse sin ayuda usando un bastón especial. Durante el tiempo que Albert estuvo en Chicago convivieron mucho, ambos se sentían felices de recuperar parte de su familia. Cuando Anthony regresaba por la tarde del instituto o del hospital donde continuaba con el tratamiento y Albert se podía escapar de George y la Tia Elroy, se pasaban horas platicando de los momentos felices del pasado en Lakewood cuando aún vivía la madre de Anthony y de lo que habían hecho todo ese tiempo que estuvieron alejados.
 
–¿Así que te dedicaste a viajar por el mundo tío?
–Sí, deseaba tener libertad antes de encerrarme entre cuatro paredes, así que en cuanto terminé mis estudios me le escapé a la tía Elroy.
–¡Ja, ja ja! A mí me hubiera gustado hacer lo mismo—río Anthony divertido al imaginarse la cara de la tía abuela cuando se enteró de la huida de Albert– Pero siempre estuviste en contacto por carta con ella y con George. ¿Verdad?
–Sí, aunque disfrutaba de mi libertad tampoco quería que se preocuparan. Así también podía recibir tus cartas, las de Stear y las de Archie para estar al pendiente de ustedes.
–Y ahora también las de Candy, cuéntame como está, por favor—le pidió Anthony.
–Tu tema favorito, ¿eh? Jeje.
 
 
Durante esas platicas con su tío se enteró de todo lo que pasaba con sus primos y con Candy, que Annie era amiga de Candy y habían crecido juntas en el Hogar de Pony. Antes de partir con rumbo a África, Albert le contó sobre la amistad de Candy con Terruce Grandchester y aunque Albert no le dijo que Candy y Terry parecían estar enamorándose, Anthony lo presentía. Por las noches en la soledad de su recámara, cuando ya no había cosas que hacer, cuando todo era silencio, los celos lo atormentaban.
 

–¡Candy, estás tan lejos de mí! ¿Qué estarás haciendo en este momento? ¿Aún piensas en mí o ya me has olvidado? ¿Amas a otro? Como quisiera poder estar a tu lado, decirte lo que siento… verte otra vez…pero eso ahora es imposible. Para ti estoy muerto y yo...–Pensando en esto, Anthony no podía evitar que sus hermosos y azules ojos se llenaran de lágrimas. Lágrimas de desesperación, de dolor, de soledad, de impotencia. En esos momentos se sentía más solo que nunca.

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